Las tiendas de baratijas están diseminadas por toda la ciudad y son por demás numerosas. Reciben el nombre de pulperías y en su mayoría las atienden italianos. Por lo general ocupan una esquina, tienen entrada por (los calles y mantienen un surtido de los más variados enseres y productos que la gente común necesita para su uso cotidiano, de preferencia bebidas alcohólicas, que por supuesto son de pésima calidad en la mayoría de los casos. Las chinganas que se cuentan por centenares se alinean junto a las pulperías. Chingana es un vocablo indio que significa el donde se busca escondite o donde uno se pierde. Son sucios y asquerosos bodegones donde además de vender algunos artículos de quincallería se extiende principalmente aguardiente de uvas, de caña de los parroquianos se reúnen para conversar de pie junto al mostrador. En las partes medias de la ciudad existen algunos locales decentes que se limitan a servir bebidas alcohólicas; no son tabernas sino de bebidas a la manera de los norteamericanos, donde se sirven los licores solo o en las variadas mezclas de tinturas y agua gasificada con ácido carbónico. Estas tabernas se han multiplicado en especial, después de la última guerra, para perjuicio de la juventud. No hay hoteles ni verdaderas posadas. En la mayoría de las casos que ostentan ese nombre, sólo se ofrece albergue a los forasteros deben procurarse su comida en algunos restaurantes de los que hay bastantes para elegir. Dos en particular, son de primera categoría. Sus gerentes son franceses y los menús se componen de platos franceses: el Hotel Americano y el Café Cardinal. Este último está situado en la calle Mercaderes, cerca de la plaza principal, en tanto el primero está en Espaderos. De ambos, es el más antiguo y mejor. Existe gran número de restaurantes de segunda categoría, algunos atendidos por franceses, pero la mayoría pertenecen a italianos, donde naturalmente predomina la cocina de ese país. Si bien luego en gran cantidad las fondas peruanas, en las cuales u se cocina a la usanza del país. En su mayoría los platos consisten en alimentos asados o cocidos a fuego lento con mucha pimienta y grasa. Además de las fondas donde se sirven tan sólo comidas calientes, cabe mencionar las picanterías, donde se pueden adquirir de ordinario comidas frías: carne asada, aves, jamón, chorizos, pescado preparado de una manera muy, típica, cangrejos y ensaladas, todas muy sazonadas con ajíes frescos. De ahí el nombre de estos locales. Algunas picanterías son pulcras y dan ganas de entrar en ellas y entre sus clientes llegan a contar damas.
El extranjero suele aficionarse al ají, pero sólo a duras penas logra vencer la repugnancia que le provoca el olor del ajo que emanan e muchos platos.
Las cocinas de los chinos constituyen la última categoría. En su mayoría son pequeños y desalentadores figones, pero la comida es más barata y no por ello peor que la de las fondas peruanas, razón por la cual y dada la pobreza imperante en general, ciertas familias de las que nadie sospecharía semejante cosa, van a buscar sus comidas subrepticiamente en los menos preciados figones de los asiáticos.
Comparado con la población de la ciudad, el número de droguerías y farmacias es muy elevado, y no son pocas las que se distinguen por su surtido completo y sus lujosas instalaciones. Estas últimas provocan el disgusto de los peluqueros y barberos, ya que además de vender perfumes y lociones también trabajan la línea de jabones finos y todos los demás artículos para el cuidado de la piel. Otras incursionan en el territorio de las tabernas al preparar toda clase de licores bajo el título de tinturas estomacales que el público disfruta con gran deleite, aun cuando sin beneficios.