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Una tarde primaveral en pleno Julio mostraba cómo el clima estaba cambiando.
Todo era sol y mariposas, la felicidad reinaba nuevamente luego de años de
desolación. En las afueras de Río Ceballos, o sea, a cuatro cuadras del
microcentro de la ciudad, la imponente mansión de la familia Monetti se erigía
como un coloso fenicio.
Un camión blindado de la empresa "Juntagrela" atravesó la avenida principal
para detenerse frente al portón de la gran casa. Tras unos segundos, el motor se
apagó y la puerta del acompañante se abrió. Por debajo de la misma asomó un
zapato "Guido" de doble suela, impecablemente lustrado. Cerró la puerta un
hombre de estatura media tirando a baja, de pelo negro con bucles duros de
domar, traje "Versache" gris y gafas oscuras. Se dirigió hasta el portón y
sacándose los lentes tocó timbre. La voz de una mujer de edad avanzada
contestó.
-Muy buenos días, soy el Dr. Verruga -dijo el visitante-. Necesitaría hablar
con el dueño de esta preciosa residencia.
-Soy yo -contestó la señora-. María Antonieta Monetti.
Minutos más tarde, el Dr. Verruga caminaba con la dueña de casa hacia el
portón de ingreso manteniendo una tensa conversación.
-Lo siento, pero le digo que no está en venta. Por favor, no insista.
Al llegar a la parte trasera del vehículo, con una mirada, Verruga ordenó al
chofer abrir la caja de carga. La señora Monetti se paralizó ante tan magnánimo
tesoro. Oro, papeles verdes, azules, el ejemplar número uno de la revista
Superman, perlas, las manos de Perón, la copa intercontinental de Racing y más
oro. Evidentemente joyas y reliquias invaluables.
-Bien -dijo Verruga-. Esta es la oferta.
Acto seguido el camión arrancó y se perdió en el horizonte mostrando a la
Señora Monetti descorchando un champán. Desde la verja de ingreso, Verruga tomó
su celular.
-Señor don Conde, está hecho -una lasciva sonrisa se dibujó en su rostro y
cortó.