-En pago del servicio que le he prestado a usted, prométame usted don José, no sospechar de nadie y no pensar en venganzas. Tome usted; ahí van esos cigarros para el camino. ¡Feliz viaje!
Y le alargué la mano.
Estrechómela sin contestar, cogió el trabuco y las alforjas, y, después de haber dicho algunas palabras a la vieja en un caló que no pude comprender, corrió al cobertizo. Algunos instantes después oíale galopar en la campiña.
En cuanto a mí, volvíme a echar en el banco; pero no pude dormir de nuevo. Preguntábame si había obrado yo cuerdamente al salvar de la horca a un ladrón y quizá a un asesino, y esto por el único motivo de haber comido jamón con él y arroz a la valenciana. ¿No había yo hecho traición a mi guía, que sostenía la causa de las leyes? ¿No lo había yo expuesto a la venganza de un malvado? Pero ¡los deberes de la hospitalidad! ...
- Preocupación de salvaje, -decíame yo. -Tendré que responder de todos los crímenes que en adelante vaya a cometer ese bandido.
Con todo, ¿es una preocupación, de veras, ese instinto de la conciencia que resiste a todos los razonamientos? Quizá, en la situación delicada en que me encontraba, no podía yo salir del paso sin remordimientos.
Fluctuaba, pues, en la mayor incertidumbre a propósito de la moralidad de mi acción, cuando vi aparecer media docena de jinetes con Antonio, que se mantenía prudentemente a retaguardia. fui a encontrarlos y les dije que el bandido había apelado a la fuga hacía más de dos heras. La vieja, interrogada por el sargento, respondió que conocía al Navarro, pero que, como vivía sola, nunca hubiera arriesgado su vida denunciándolo. Añadió que su costumbre, cuando iba a su casa, era partir siempre a media noche. Por lo que a mí toca, fuéme preciso ir a algunas leguas de allí a enseñar mi pasaporte y firmar una declaración ante el alcalde, hecho lo cual, permitióseme volver a emprender mis investigaciones arqueológicas. Antonio me guardaba rencor sospechando fuese yo quien le había estorbado el ganarse los doscientos ducados. Con todo, nos separamos en Córdoba buenos amigos y díle una gratificación tan crecida como podía permitírmelo el estado de mi hacienda.