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Y con estas figuras, los carros cargados de mieses, el polvo de oro que
circunda las eras como una mística aureola, los mastines vigilantes, el bramido
de los toros, el balar de las ovejas, el relincho de los caballos y el monótono
canto con que acompañan los peones su faena podéis formar en la imaginación el
cuadro que no atino a describir. Ante todo, tended sobre el valle un cielo muy
azul y transparente, un cielo en que no se vea a Dios sino a la Virgen; un cielo
cuyas nubes, cuando las tenga, parezcan hechas con plumitas de paloma que el
viento haya ido hurtando poco a poco; un cielo que se parezca a los ojos de mi
primera novia y a los pétalos tersos de los
nomeolvides. |
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Consiga Juan, el organista de Manuel Gutiérrez Najera en esta página.
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