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¡Oh qué amor tan callado el de la muerte!

¡Qué sueño el de sepulcro tan tranquilo!

Los sembrados ostentan todos los matices del verde, formando en las graduaciones del color, por el contraste con el rubio de las mieses, por los trazos y recortes del maizal, como un tablero de colosales dimensiones y sencillez pintoresca. Los árboles no atajan la mirada; huyen del valle y se repliegan a los montes. Son los viejos y penitentes ermitaños que se alejan del mundo. Lo que a trechos se mira, son las casas de una sola puerta en donde viven los peones; los graneros con sus oblongas claraboyas, el agua quieta de las presas, los antiguos portones de cada hacienda y las torres de iglesias y capillas. Cada pueblo, por insignificante y pobre que sea, tiene su templo. No encontraréis, sin duda, en esas fábricas piadosas, los primores del arte: los campanarios son chicorrotines, regordetes; cada templo parece estar diciendo a los indígenas: "Yo también estoy descalzo y desnudo como vosotros". Pero en cambio nada es tan alegre como el clamoreo de esas esquilas en las mañanas de los domingos, o en la víspera de alguna fiesta. Allí las campanas suenan de otro modo que en la ciudad: tocan a gloria.

La parte animada del paisaje puede pintarse en muy pocos rasgos: ¿Veis aquel rebaño pasteando; aquellos bueyes que tiran del arado; a ese peón que, sentado en el suelo, toma sus tortillas con chile, ínterin la mujer apura el jarro del pulque; al niño, casi en cueros, que travesea junto a la puerta de su casucha, a la mujer de ubres flojas, inclinada sobre el metate, y al amo, cubierto por las anchas alas de un sombrero de palma, recorriendo a caballo las sementeras? Pues son las únicas figuras del paisaje. En las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde aparecen también con sombreros de jipi y largos trajes de amazonas, en caballos de mejor traza, enjaezados con más coquetería, las "niñas" de la hacienda. También cuando oscurece podéis ver al capellán, que lleva siempre el devoto libro en una mano y el paraguas abierto en la otra para librarse, ya del sol, ya de la lluvia o del relente.

 
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