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A medida que nosotros somos mejor conocidos y estamos mejor establecidos, más estudiantes, aún no graduados, eligen la carrera de antropología. Donde sus predecesores entraron en la especialidad a partir de la biología marina, la óptica o la literatura inglesa, ellos ingresaron sólo con la preparación secundaria de conocimiento y experiencia de la ciencia natural y humanidades. Dentro de la antropología misma, ellos encuentran en muchos y variados casos cierta repugnancia para cruzar los límites de la disciplina, y más tarde- como los jóvenes científicos cristianos que descubren el prestigio de la medicina- son sustraídos del centro de la actividad. Yo entiendo que un trece por ciento de los antropólogos se hallan ahora trabajando en el campo de la salud mental, lo que a menudo significa que ellos no sólo buscan contacto con otras ciencias sino que al hacerlo así abandonan su propio campo a aquellos que no experimentan tal necesidad.

Hemos mostrado también otro signo de aislamiento del cuerpo principal de la ciencia en el desarrollo de las escuelas, sectas que dependen de un lenguaje esotérico, hostilidad a otras escuelas, lemas, vocabulario idiosincrásico y controversias que impiden efectivamente el contacto con los miembros de otras sectas dentro de la antropología y con miembros de otras ciencias. Necesito sólo señalar tales actividades como el continuo "redescubrimiento" de viejas ideas, por una parte, y los reproches contra quien se atreve a trepar en el evolucionario "coche de la banda" ("bandwagon"), enfoque que si es científico no representa un coche da la banda sino parte de lo que es probablemente la actividad corriente más significativa de nuestro tiempo. Parecería a veces, en el presente, como si el primer paso al escribir un artículo fuera registrar a aquellos que están dentro y fuera de la disciplina quienes podrían haber tenido algo que decir sobre su tema, excluirlos de sus propias fuentes, y luego proseguir. La ciencia no se constituye de este modo. Uno de los subproductos de tal enfoque ha sido el desarrollo de tres disciplinas paralelas- antropología, sociología y psicología- cada una obstaculizada en su manera peculiar en sus relaciones con las otras ciencias y cada una reivindicando para sí, como su contenido gran parte del mismo material de las otras. La originalidad y los reclamos jurisdiccionales de cada ciencia son, desde luego, enérgicamente avasallados de intento por la persistente y mutua ignorancia de la tarea de unas y otras y por el fracaso de las tres en conservar la armónica comunicación con las distintas ciencias de la vida y los esquemas conceptuales y la instrumentación que ellas emplean.

Me gustaría elegir, para una breve mención, cinco áreas donde nuestro fracaso para obtener relaciones entre las disciplinas ha reactuado desfavorablemente sobre nuestra propia comunicación central entre nosotros mismos y sobre nuestra capacidad para un crecimiento ordenado.

La primer área es la de los modelos, que permite una comunicación rápida entre las ciencias con contenidos muy diferentes, unidades de distinta magnitud y exigen matemáticas distintas. La cibernética representa uno de esos modelos, dentro de la cual es posible discutir detalles del sistema nervioso central, o del comportamiento de una variedad de formas de vida en un medio ecológico, o de una madre destetando a su hijo. Los antropólogos participaron en las formulaciones iniciales y unos pocos de ellos han utilizado la familia de modelos surgidos de la teoría de la información y la comunicación; pero el empleo de tales modelos no ha penetrado la médula de la disciplina.

En segundo lugar tenemos el área del contenido. Existe una ciencia adyacente que se ha desarrollado enormemente durante las tres últimas décadas y ahora puede proporcionarnos una abigarrada y bien establecida información sobre la conducta de las criaturas vivientes que podría ser del mayor provecho para nuestros propios estudios. Esta es la disciplina llamada etología en Europa y el estudio comparativo de la conducta animal en los Estados Unidos. Aquí, el antropólogo y el etólogo, cada uno con su riqueza de detalle, pueden comunicar los términos concretos tan caros a ambos y no es necesario ningún modelo conceptual más allá de alguna familiaridad básica con la biología, si bien a menudo el antropólogo carece de ésta, de modo que el recitado para identificar los nombres zoológicos se convierte en un ritual seductor o prohibitivo, que impide la comunicación en lugar de estimular.

En tercer término tenemos el área de la instrumentación. Puede muy correctamente argumentarse que el crecimiento de la ciencia ha sido una función del crecimiento de los instrumentos: el telescopio, el microscopio, la computadora, y para el estudio de las criaturas vivientes, la película cinematográfica y el registro de los sonidos. Sin embargo, aun cuando el del cine y la cinta grabada se ajustan a nuestra responsabilidad histórica para la preservación de las culturas agonizantes, los antropólogos han demostrado poco o ningún interés en ellos. Todavía enviamos a la mayoría de nuestros estudiantes al terreno equipados con cuadernos de apuntes, lápices, y también una cámara fotográfica con la esperanza de que quizá logren traer dos o tres cientos de fotografías ilustrativas. Esto es imperdonable cuando ahora poseemos equipo técnico adecuado para recoger cuerpos de material- en cine y grabación- que puede ser analizado con instrumentos cada vez más finos, técnica y conceptualmente, como en el análisis fílmico de Birdwhistell con el perceptoscopio, o el desarrollo de Chapple del Cronógrafo de Interacción. Amplias colecciones de ejemplos permiten tener un registro permanente de complejos que no pueden ser descriptos en palabras o diagramas y que pueden, además, ser yuxtapuestos en la presentación.

Esto nos habilita para manejar series de acontecimientos diacrónicos complejos simultáneamente, necesidad recurrente en la ciencia. A la vez, estos registros de finos detalles nos proporcionan una nueva clase de material experimental; los acontecimientos que registramos son demasiado complejos para la repetición o la réplica, pero la situación analítica, con nuevos instrumentos de análisis, puede ser repetida tanto como lo deseemos, década tras década, a medida que crecen nuestros sistemas conceptuales. Si nos detenemos a pensar dónde estarían la astronomía y la biología si se hubiera considerado al telescopio y el microscopio de la manera despreocupada, inconsciente e irresponsable como los antropólogos han tratado la cámara y el grabador, la extraña y arcaica parálisis que se ha introducido en algunos aspectos de nuestra ciencia, resultaría bien clara. Boas, a la edad de setenta años y entonces presidente de la American Association for the Advancement of Science, se dirigió al terreno para usar las nuevas herramientas en viejos problemas y llevó consigo también esa preciosa, irremplazable e impaciente humildad, el temor de que esta vez la tarea pudiera ser demasiado difícil. Mas aun cuando las computadoras han devenido más y más perfectas en el sentido de poder trabajar con datos complejos, nosotros, en nuestro campo, hemos desdeñado emplear los nuevos instrumentos para recoger material susceptible de ser sometido a tal tratamiento. Una ciencia que no adopta los nuevos instrumentos que elevan su capacidad en diez veces más de lo conocido, evidentemente está abandonando su camino.

En cuarto lugar, subsiste el uso que en efecto hacemos de otros sistemas de pensamiento sin haber explorado realmente lo que ellos significan. La genética es una ciencia en gran medida adecuada para problemas esenciales de nuestra disciplina, pero- con pocas y conspicuas excepciones- la hemos relegado a la periferia más externa, como preocupación particular del antropólogo físico. Y ahora, casi repentinamente, nos vemos enfrentados con los graves problemas planteados por la identificación de los kuru en las montañas de Nueva Guinea y los planes para la cuarentena de una población íntegra, un tipo de población por la cual tradicionalmente hemos asumido no sólo responsabilidad científica sino también ética.

Donde hemos tratado con la genética principalmente ignorándola, nuestra manipulación del campo íntegro de la psicología dinámica iniciada por Freud ha sido de otro orden. El psicoanálisis, más que la mayoría de las ciencias humanas, ha incluido un sistema que se ha encerrado en sí mismo a fin de sobrevivir- y eso bastante pobremente- a las distorsiones y vulgarizaciones que acompañan la rápida difusión de ideas a medio entender sobre el comportamiento humano. El psicoanálisis es un sistema intrincadamente interrelacionado, basado sobre la más minuciosa observación de individuos aislados jamás realizada, dentro de una estructura que ha tomado la actividad de sólo un aspecto de la mente humana a la vez como instrumento y objeto de investigación. No puede ser usado en un sentido abreviado, confuso o analógico en el que el super ego se iguala con la cultura, la agresión se considera como explicatoria de la conducta humana, y los tests proyectivos- la base de lo que no es entendido- se superponen a la observación concreta. En lugar de realizar el esfuerzo intenso y a veces penoso para entender el psicoanálisis, nos hemos contentado con emplear algunos de sus productos, particularmente los tests proyectivos. Irónicamente, estos tests- que en su mayor parte sólo son útiles en un contexto de total sofisticación cultural y psicodinámica- son considerados como "instrumentos", en la forma en que los psicólogos utilizan la frase, y se presentan como una especie de frente científico. Así fracasamos en el empleo de instrumentos que son adecuados para nuestros propios problemas y usamos mal instrumentos entendidos a medias que provienen de un ámbito también conocido a medias. Recientemente, La Barre publicó los resultados de un cuestionario enviado a personalidades de la enseñanza y la cultura, campos en los que un buen conocimiento del psicoanálisis es necesario, que mostró cuántos antropólogos, que presumían dar cursos por los cuales hay gran demanda popular, jamás habían leído a Freud apropiadamente. No intento recomendar aquí la adopción de la teoría del psicoanálisis; pero si pretendemos aprovecharla debemos saber lo que estamos haciendo. Un alegato semejante puede hacerse en favor del uso del Archivo del Área de las Relaciones Humanas. A este respecto un recurso ha sido ideado por los antropólogos para antropólogos, el cual, dentro de los limites fijados por el método en el que fue construido, es verdaderamente útil. El abuso del Archivo del Área de las Relaciones Humanas o el desatinado empleo de los tests proyectivos lleva al retroceso, a la hiperreacción desproporcionada, y a una tendencia que significa arrojar el niño junto con el agua del baño.

Finalmente, tenemos la ocasión proporcionada por el nuevo auge de interés en el íntegro campo de la evolución, en la cual la evolución humana es, en efecto, una parte y la evolución cultural otra más pequeña. La complacencia de biólogos como Waddington y Huxley, del etólogo Lorenz, el ecólogo G. E. Hutchinson, el genetista Dobzhansky, el paleontólogo George Simpson para aprender bastante antropología a fin de comunicarse con los antropólogos ha sido sólo ligeramente emulada hasta ahora entre nosotros.

Una conferencia reciente fue convocada para discutir cómo podríamos aplicar el conocimiento de las ciencias copartícipes a los problemas de la supervivencia humana. A la antropología le fue concedida la parte del león en los asientos y ocho de los invitados concurrieron. Pero nosotros demostramos ser realmente incapaces para captar el problema o para tratar simultáneamente con otros colegas de distintas disciplinas las diferencias sectarias, provinciales que nos afectan, y el terrible peligro que enfrenta la humanidad. Aunque hubo contribuciones serias de carácter personal, éstas fueron contrabalanceadas por sugestiones de que el tema de la supervivencia se hallaba fuera de nuestra órbita, pertenecía a otras ciencias, estaba fuera de nuestro alcance.

Sin embargo, es precisamente aquí donde la antropología, como ciencia del hombre, tiene una responsabilidad que, creo, no podemos eludir. Hemos sido audaces y en la recta medida cuando nuestro conocimiento científico debió tratar con los problemas del racismo y el genocidio. Durante los difíciles años de la posguerra, ningún antropólogo de quien yo tenga noticias, cedió a la tentación de incorporar las prácticas comunistas dentro de las formas norteamericanas para convertirse en delator de sus colegas. Pero nuestra responsabilidad se estrecha. Como especialistas en el estudio de las invenciones culturales realizadas por criaturas biológicas llamadas hombres, en una edad en que nosotros empezamos a controlar la dirección de la creación misma y podemos casi hacer cualquier proyecto con la adecuada estructura, tenemos delante de nosotros una tarea muy peculiar. Debemos entender y dominar la dirección en que las ciencias humanas y la raza humana se mueven correctamente para poder contribuir con lo que sabemos. No hemos estado hasta ahora bastante seguros de lo que podíamos hacer para rechazar los ataques que se han formulado contra las ciencias humanas sobre la base de que somos incapaces de formular predicciones. Es importante subrayar que en el mundo real de los hechos ninguna ciencia puede predecir con certeza; mas el empeño responsable, científicamente fundado, puede bosquejar alternativas posibles, estrechar la elección dentro de cada conjunto de alternativas y desarrollar otras nuevas y totalmente imprevistas. La historia de la humanidad ha sido la historia de la extensión y la complicación de límites que pueden ser cruzados, hasta cierto grado, seguramente. Nuestra materia se extiende desde los días en que quizás había muchas especies del hombre primitivo sobre la tierra a través del surgimiento del Homo sapiens, a través de los cambiantes relatos de las particulares civilizaciones, trasmisoras de las invenciones acumulativas que nos han traído hasta el presente. El conocimiento de este proceso es lo que nosotros, como una disciplina, podemos llevar a las mesas de conferencia del mundo. No nos corresponde decir que debería haber conferencias de "gente que conoce estas cosas", ya de científicos políticos o sólo de biólogos. Nuestra total pretensión de que constituimos una ciencia descansa en la amplitud con que hemos tomado la integridad del hombre- las especies primitivas y las presentes, las culturas primitivas y las modernas- dentro de nuestro esquema conceptual. Nuestro objetivo es la humanidad como ésta debe haber sido, como ésta es, y como debe ser, si el hombre sobrevive. Sin duda, tocará a los políticos, a los estadistas, a los expertos en derecho internacional y a los estrategos, que tienen que emplear su tiempo en planificar en favor y en con-tra de la destrucción, forjar muchos de los detalles. Pero a menos que podamos pensar sin rodeos en las riquezas del pasado de la humanidad y en un futuro dentro del cual la tierra aparece sólo como parte de un sistema solar conocido y explorado, y en el que los problemas del hombre se tornarán extraordinariamente diferentes, no seremos lo que deseamos ser: antropólogos, cualquiera sea nuestro ámbito, nuestra especialidad, o nuestras subdivisiones.

 
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Antropología, la ciencia del hombre de Margaret Mead   Antropología, la ciencia del hombre
de Margaret Mead

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