|
|
Páginas
1
2
3
(4)
5
|
|
Tenía Juanito entonces veinticuatro años. Le conocí un día en
casa de Federico Cimarra en un almuerzo que este dio a sus amigos. Se me ha
olvidado la fecha exacta; pero debió de ser esta hacia el 69, porque recuerdo
que se habló mucho de Figuerola, de la capitación y del derribo de la torre de
la iglesia de Santa Cruz. Era el hijo de D. Baldomero muy bien parecido y además
muy simpático, de estos hombres que se recomiendan con su figura antes de
cautivar con su trato, de estos que en una hora de conversación ganan más amigos
que otros repartiendo favores positivos. Por lo bien que decía las cosas y la
gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las
paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan
buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado. Su
instrucción y su ingenio agudísimo le hacían descollar sobre todos los demás
mozos de la partida, y aunque a primera vista tenía cierta semejanza con
Joaquinito Pez, tratándoles se echaban de ver entre ambos profundas diferencias,
pues el chico de Pez, por su ligereza de carácter y la garrulería de su
entendimiento, era un verdadero botarate.
Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y
delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que
todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre
daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y
cavilaciones. Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que el adorado
hijo enfermara de la noche a la mañana y se muriera como tantos otros de menos
mérito físico y moral. Porque no había que pensar que el mérito fuera una
inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los
que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos.
Del tormento que estas ideas daban a su alma se defendía Barbarita con su
ardiente fe religiosa. Mientras oraba, una voz interior, susurro dulcísimo como
chismes traídos por el Ángel de la Guarda, le decía que su hijo no moriría antes
que ella. Los cuidados que al chico prodigaba eran esmeradísimos; pero no tenía
aquella buena señora las tonterías dengosas de algunas madres, que hacen de su
cariño una manía insoportable para los que la presencian, y corruptora para las
criaturas que son objeto de él. No trataba a su hijo con mimo. Su ternura sabía
ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce.
|
|
Páginas
1
2
3
(4)
5
|
|
Consiga Fortunata y Jacinta - dos historias de casadas - Tomo I de Benito Pérez Galdós en esta página.
|
|
 | |
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
|
|
|
Fortunata y Jacinta - dos historias de casadas - Tomo I
de Benito Pérez Galdós
ediciones elaleph.com
|
Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
|
|
|
 |
|