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¡Ay!, el susto que se llevaron D. Baldomero Santa Cruz y
Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11! Ambos
creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y
se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran
viejos. Cuando el tal Juanito entró en su casa, pálido y hambriento,
descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su
mamá vacilaba entre reñirle y comérsele a besos. El insigne Santa Cruz, que se
había enriquecido honradamente en el comercio de paños, figuraba con timidez en
el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa Tertulia,
porque las inclinaciones antidinásticas de Olózaga y Prim le hacían muy poca
gracia. Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las
noches D. Manuel Cantero, D. Cirilo Álvarez y D. Joaquín Aguirre, y algunas D.
Pascual Madoz. No podía ser, pues, D. Baldomero, por razón de afinidades
personales, sospechoso al poder. Creo que fue Cantero quien le acompañó a
Gobernación para ver a González Bravo, y éste dio al punto la orden para que
fuese puesto en libertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado
Juanito.
Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera,
verificose en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad
juvenil. De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo
Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezón de cumplir religiosamente sus
deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y
con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo
iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada
primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo,
cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo:
«yo también me sé eso y algo más». Al concluir la clase, era de los que le
cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que
les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda
aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy
desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo
los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se
reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito) y allí
armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía de la Historia y
del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no
estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni
Haeckel eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa. ¡Qué gran
progreso en los entretenimientos de la niñez! ¡Cuando uno piensa que aquellos
mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habrían pasado el tiempo
mamándose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberías...!
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Fortunata y Jacinta - dos historias de casadas - Tomo I
de Benito Pérez Galdós
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