¡Qué cambio se había producido con la ayuda
de Dios! Un día salió el cándido lector, muy
elegantón, a pasear por la calle. Iba "con la esperanza de gloria y
de venturas", dándole vueltas al bastón, arrogante, como
queriendo decir: "¡Ya veis, en la actualidad tengo plenas
garantías!" Pero, esta vez, quiso la mala fortuna que ocurriese lo
siguiente:
No había dado más que unos pasos, cuando
ocurrió uno de esos errores judiciales, y le metieron en chirona.
Allí estuvo encerrado un día entero, sin llevarse
nada a la boca. Porque, aunque le invitaron a tomar un bocado, él se
limitaba a mirar y mirar, murmurando: "¡Ahí tienes lo que son
nuestras cosechas!"
Allí mismo agarró la difteria. Huelga decir que
al día siguiente se desvaneció el error judicial y lo pusieron en
libertad bajo fianza (por si era preciso echarle otra vez el guante en caso
necesario). El detenido volvió a casa y se murió.
En cuanto al periodista trapacero, vive hasta nuestros
días. Está acabando de construir su cuarta casa de piedra y, desde
la mañana hasta la noche, no piensa más que en una cosa:
"¿Cómo engañar mejor, en adelante, al cándido
lector: con la verdad o con la mentira?"