Rip-Rip, el que yo vi, se durmió, no sé por
qué, en alguna caverna a la que entró... quién sabe para
qué.
Pero no durmió tanto como el Rip-Rip de la leyenda. Creo
que durmió diez años... tal vez cinco... acaso uno... en fin, su
sueño fue bastante corto: durmió mal. Pero el caso es que
envejeció demasiado, porque eso pasa a los que sueñan mucho. Y
como Rip-Rip no tenía reloj, y como aunque lo hubiese tenido no le
habría dado cuerda cada veinticuatro horas; como no se habían
inventado los calendarios, y como en los bosques no hay espejos, Rip-Rip no pudo
darse cuenta de las horas, los días o los meses que habían pasado
mientras él dormía, ni enterarse de que era ya un anciano. Sucede
casi siempre: mucho tiempo antes de que uno sepa que es viejo, los demás
lo saben y lo dicen.
Rip-Rip, todavía algo soñoliento y sintiendo
vergüenza por haber pasado toda una noche fuera de su casa -él que
era esposo creyente y practicante- se dijo, no sin sobresalto:
"¡Vamos al hogar!"
¡Y allá va Rip-Rip con su barba muy cana (que
él creía muy rubia) cruzando a duras penas aquellas veredas casi
inaccesibles! Las piernas flaquearon, pero él decía:
"¡Es efecto del sueño!" ¡Y no, era efecto de la
vejez, que no es suma de años, sino suma de sueños!