?Quiero hablar con usted, por favor. Necesito que charlemos ?dijo decidido y
dirigiéndose a todos los rincones.
Tras un
silencio eterno, continuaron los sonidos, alguna que otra frase de amenaza, y
las ventanas abriéndose de forma espontánea. Raúl aguantó todo, con algo de
temor, pero repitiéndose a sí mismo: ?piensa que esto es un espectáculo, un
teatro y nada más?. De nuevo expresó con más ímpetu su petición:
?Hablemos,
por favor.
La casa se
revolucionó aún más. Algunos papeles volaron por el aire, la cortina se abrió
sola, y la anciana del cuadro guiñó el ojo. Esta vez Raúl no tuvo miedo y esperó
con mucha paciencia. Y cuando el segundo episodio había pasado, el joven volvió
a hablar:
?Muy bien,
sentémonos a negociar.
Esta vez
no hubo una respuesta similar a la anterior. Y tras la puerta de la estancia
apareció una anciana, despeinada y con aspecto ridículo que provocó risa en el
joven agente, quien por respeto a la señora, que despertaba miedo, compasión y
ternura al mismo tiempo, se contuvo.
?No
tenemos mucho que negociar, creo yo ?dijo la siniestra mujer. Y de manera
sorpresiva añadió ?debo tener un aspecto terrible,
¿verdad?
Con una
sonrisa, Raúl la observó de arriba abajo. Trató de no ser muy duro pero la
sinceridad pudo con él.
?La verdad
es que con ese aspecto? no me extraña que la gente se asuste?
Enfadada,
soltó un rugido horrible. Raúl no pudo evitar mostrar su cara de desagrado. A
continuación la anciana dijo: