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Quienes según vayan leyendo las páginas de esta nueva obra de Marden mediten sobre lo leído, advertirán sin duda la insistencia, que acaso parezca enojosa a los críticos de mares altos, en representar la importancia que para el feliz cumplimiento de la finalidad de la vida tiene el examen de la propia conciencia cuyo resultado sea no sólo conocerse cada cual a sí mismo, sino el medio ambiente que le rodea.

Mientras no se adquiera por experiencia personal este íntimo conocimiento, complementado por el del mundo exterior, en cuanto alcanza el limite de nuestra percepción, sonarán a hueco los consejos, exhortaciones, advertencias, máximas y preceptos con que los moralistas de toda época trataron de mejorar un mundo que según ellos mismos pregonan con apocalípticas trompetas, se precipita a paso de liebre fugitiva en el abismo de su aniquilación.

De la lectura de esta obra de Marden, ampliación en unos pasajes variada y en otros reincidida de las anteriormente publicadas, infiero con la mayor humildad de juicio, que no puede tener práctica eficacia la ética sin que la preceda la psicología, porque según demuestra la experiencia de la vida, la verdadera felicidad consiste en el dominio o de sí mismo y mal podrá dominarse quien no llegue a conocerse.

Nos exhorta Marden en esta obra a que seamos buenos con nosotros mismos y en sus varios capítulos trata de otras tantas condiciones de esta bondad individual y egoente, pues no fuera lícito ni propio llamarla egoísta, que es la bondad más difícil de practicar por ser de todo punto opuesta al egoísmo.

Dijo quien todo lo sabe, que los mayores enemigos del hombre están en su propia casa, y aunque hubo intérpretes que tomaron el signo por la cosa significada, creyendo que esos enemigos eran entre sí los miembros de una misma familia, la interpretación exenta de absurdo señala por casa del hombre su cuerpo de hueso y carne, y por enemigos las pasiones, concupiscencias y vicios propios de su flaca naturaleza inferior.

De aquí que cuando uno no se toma el provechoso trabajo de estudiarse a sí mismo, invierte sin darse cuenta en malicia y daño toda la bondad y beneficio que movido por el egoísmo se forja la ilusión de allegarse.

Si computáramos los casos de infortunio individual, correspondería mayor tanto por ciento a la imprevisión que a la adversidad. Ha de ser ésta muy ruda e implacable para que se cebe en un individuo o en una familia sin consentirle ni siquiera el intento de revuelta y lucha; pero sucede que, como fuego fatuo, persigue la adversidad a quien la teme y huye de quien la embiste, y así se ensaña en cuantos ve desprovistos de armas con que rechazarla.

Porque la imprevisión a cuya siniestra sombra se cobija la adversidad en acecho de la víctima, no consiste en ordeñar las vacas gordas sin acordarse de las flacas, sino que mayor transcendencia tiene la imprevisión en el orden de la economía moral, cuando no empleamos toda nuestra actividad física y mental en establecer condiciones de vida a propósito para evitar los ataques del infortunio y discernir los motivos que determinan una acción y las consecuencias de esta acción dimanantes.

A mi entender, lo importante es templar y disponer del mayor número de armas esgrimibles en la lucha por el pan. Los medios de vida no son en nuestra época tan escasos como les parece a los abúlicos; mas para valerse de ellos se necesita colocarse en condiciones de aprovechamiento.

De estas condiciones, tan numerosas como variadas y ninguna de ellas suficiente, aunque todas necesarias, trata Marden en los capítulos siguientes, estableciendo, o por mejor decir, recordándola diferencia entre lo que realmente puede beneficiarnos a pesar de que de momento nos parezca perjudicial, y lo que en realidad puede perjudicarnos por más que la ilusión nos lo presente como beneficioso.

Según el autor de esta obra, ha de ser el hombre bueno consigo mismo para conservar la salud del cuerpo absteniéndose de todo lo que amenace quebrantarla.

A quienes por ser portentos de erudición no se les esconde en el misterio nada de cuanto la naturaleza, el arte y la ciencia atesoran en sus alfolíes, les parecerá vulgaridad la precedente afirmación; pero lo extraño es que a Pesar de saber todo el mundo que para conservar la salud es necesario abstenerse de todo cuanto la perjudique, sea tan crecido el número de los que con su intemperancia Provocan la enfermedad.

Por tanto, no sobran los comentarios con que Marden amplía su afirmación, movido del propósito de convencer y persuadir a quienes todavía no han recibido en este punto concreto lecciones de la experiencia lo bastante duras para el escarmiento.

En cuanto al reino mental, dice Marden, o lo repite si antes de él lo hubiese dicho otro, pues todo fuera posible habiendo como hay tantas plumas y lenguas, que los bienes intelectuales están asimismo sujetos a la condición de utilidad y servicio de la vida, porque de lo contrario se invertirían en males.

También parece esto vulgaridad si nos colocamos en el pináculo donde, como en el Olimpo los dioses, habitan los que miran con microscopio las conciencias y con telescopio las superconciencias; pero también resulta que están en formidable mayoría quienes no saben emplear acertadamente, en beneficio de sí mismos, las facultades intelectuales, o por desconocimiento de su verdadero ser, les dan siniestro punto de aplicación.

Los comentarios de que Marden cuaja esta obra, esmaltada con amenos ejemplos, habrán de servir de mucho provecho al lector que guste de la filosofía del sentido común, de la claridad de los conceptos y el vigor de los argumentos, sin complicaciones de abstrusas filosofías, sólo asequibles a las mentes que por el buen parecer de privilegiadas fingen entenderlas.

El mayor mérito de una obra didáctica sin pretensiones de magisterio infalible está, según opino modestamente, en la compenetración mental entre el autor y el lector. Cuando se logra esta finalidad, la palabra escrita tiene tanta eficacia como la hablada, y los caracteres impresos en el papel, línea por línea y página por página, vibran con fonética energía, y convencen y persuaden como el m6s elocuente discurso.

 
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Sed buenos con vosotros mismos de Orison Swett Marden   Sed buenos con vosotros mismos
de Orison Swett Marden

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