Si examináramos nuestra conducta de ayer, seguramente veríamos cuánta energía vital malgastamos en hábitos viciosos y emociones siniestras que alteraron morbosamente los humores del cuerpo llamados por los científicos secreciones internas. Es posible perder mucha más energía cerebral y nerviosa en un arrebato de ira o un estallido pasional que en todo nuestro ordinario trabajo cotidiano.
Cuidan quienes lo tienen que afinar de cuando en cuando el piano, pero nunca se acuerdan de afinar el corporal instrumento de su espíritu, que con frecuencia está desconcertado. Se empeñan en tomar parte en la grandiosa sinfonía de la vida con su instrumento cascajoso y desafinado, y después se extrañan de que desentone en vez de resonar con concertada armonía.
El capital objeto de nuestra vida ha de ser el de mantenernos siempre en el mayor grado de eficacia de nuestras potencias y facultades, para conservar la salud y hacerlo malgastar energías, conservar la salud y hacer de toda oportunidad una magnífica ocasión de perfeccionamiento individual.
El inconveniente está en no apreciar la maravillosidad del mecanismo humano ni la divina esencia del espíritu a que sirve de medio de manifestación en el mundo físico.
Dijo Víctor Hugo:
El hombre es una infinitamente pequeña copia de Dios. Bastante gloria es esta para el hombre. A pesar de mi insignificancia, reconozco que Dios está en mí.
Quien no reconozca, a Dios en sí mismo, y a su cuerpo como templo o morada de Dios, no podrá tampoco medir sus fuerzas interiores ni determinar el límite de sus posibilidades. Perdemos de vista nuestra índole divina. Vivimos halagados ilusoriamente por las sensaciones animales en vez de elevarnos al nivel en donde con máxima intensidad vibran las facultades del espíritu. Nos arrastramos por el polvo como reptiles cuando podríamos volar como cóndores y águilas.