https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Sed buenos con vosotros mismos" de Orison Swett Marden (página 8) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Miércoles 30 de abril de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  (8)  9 
 

Si estudiáramos las necesidades de nuestro cuerpo con la misma atención que las de las plantas de nuestros jardines y le diéramos la conveniente cantidad y calidad de alimentos con abundancia de agua, aire y sol, disminuirían las enfermedades y trastornos del aparato digestivo.

Quien establece bajo la guía, del sentido común, su régimen dietético, sin caer en las exageraciones de los que intentan retrollevarnos al estado salvaje crudamente naturista, y vive con sobria sencillez, no necesitará recurrir al falaz auxilio de mal confeccionadas medicinas; pero el método de vida de la mayor parte de las gentes del día es un crimen contra naturaleza, un semillero de enfermedades de cuerpo, mente y ánimo, un atentado contra la virilidad, que invalida sus posibilidades.

A ningún artífice ni artesano de claro entendimiento se le ocurriría valerse de herramientas desarregladas. Loco sería el barbero que intentara ejercer su oficio con navajas melladas, aunque montase lujosamente su establecimiento. Imaginemos lo que le sucedería al ebanista que se empeñara en trabajar con gubias, sierras y limas comidas de herrumbre y groseramente embotadas. ¿Verdad que mueve a risa tan sólo el pensarlo? Pues eso mismo hacemos casi todos sin parar mientes en nuestro desatino.

El que se propone llevar a cabo una obra de empeño, tanto si pinta un cuadro como si construye un edificio, ha de tener en la mejor condición posible cuantos elementos materiales necesite para la obra, pues de lo contrario resultará chapucera o muy mediana su labor.

Pues la grande obra de la vida es dar la mayor eficacia posible a nuestra individualidad por medio de la personalidad, o dicho de otro modo, poner el cuerpo y la mente en las mejores condiciones posibles para que sirvan de eficaces instrumentos de manifestación a las potencias del espíritu.

Hemos de infundir en nuestra obra el mismo entusiasmo, la misma vehemencia y energía con que el náufrago prende el leño salvador. Hemos de economizar nuestras fuerzas físicas porque de ellas depende la parte material de nuestro éxito. Con salud, fuerza y vigor tiene el joven falto de recursos monetarios muchas más probabilidades de abrirse paso en la vida que el ricachón ya decrépito antes de la virilidad. El oro es escoria y los diamantes herrumbre en comparación del inapreciable tesoro de la salud de cuerpo y mente.

Decía Platón a un médico:

-No trates nunca de curar el cuerpo de un enfermo si al propio tiempo no curas su ánimo. Los médicos de Grecia no aciertan a curar muchas enfermedades porque ignoran que la parte no puede estar sana sin que el todo esté sano. Y el cuerpo no es más que una parte del hombre.

Los disipadores de la energía vital son la pésima especie de pródigos, y peor que suicidas, porque matan toda ocasión favorable de prosperar en la vida, es decir, que no están en condiciones de aprovecharlas cuando se les deparan ni mucho menos son capaces de provocarlas.

Quien anhele utilizar la totalidad de sus energías no tiene más remedio que desprenderse de cuanto menoscabe la salud corporal y cercene sus elementos personales de trabajo.

Gran parte de energía se malgasta en rozamientos, asperezas, choques y trepidaciones que en el ánimo provocan los llamados intuitivamente por los antiguos médicos, malos humores, y que la moderna biología ha reconocido por la observación y la experiencia en las secreciones internas, susceptibles de alterarse al influjo psicofísico de la cólera, la melancolía, el tedio o cualquiera otra emoción siniestra.

Estos humores o secreciones internas en que Hipócrates y Galeno apoyaron todo su sistema patológico, determinan por exceso o defecto varias enfermedades cuya índole se desconocía antes de que los biólogos descubrieran la función de las correspondientes glándulas.

Pero, como de costumbre, los biólogos confunden el efecto con la causa, y al observar que de la cantidad y calidad de las secreciones internas, o dicho en términos vulgares, de los humores del cuerpo, depende la mayor o menor estatura, obesidad, enflaquecimiento y características nerviosas que a su vez modifican la mentalidad y el sentimiento, concluyen afirmando que del resultado final de la acción de los humores, proviene cada personalidad no sólo en sus cualidades corpóreas, sino también en sus características intelectuales y morales, de suerte que cada cual es el producto de sus secreciones internas.

No cabe mayor inversión de términos. Si admitiéramos tan materialista conclusión quedaría completamente anulada la voluntad humana, fuera el hombre irresponsable de sus pensamientos, palabras, acciones y afectos, todo se reduciría a la vida orgánica inconsciente y automática y derivada de la calidad, cantidad y combinación de elementos estrictamente fisiológicos sin la menor intervención del libre albedrío, puesto que para nada se necesitaría admitir la existencia del espíritu.

El doctor Marañón, uno de los más notables biólogos españoles contemporáneos, que aunque en más modesto plano sigue el ejemplo del insigne Cajal, ha realizado repetidas veces un experimento consistente en inyectar a un sujeto una dosis de adrenalina, que apenas absorbida acelera e intensifica los latidos del corazón, y alrededor del punto por donde se efectuó la inyección aparece una mancha como de piel de gallina, se pone pálido el semblante, nota el sujeto una sensación de angustia en el pecho y se le saltan las lágrimas, con todas las manifestaciones físicas de una emoción violenta, como por ejemplo el terror.

El sujeto no experimenta terror alguno, su ánimo está tranquilo, y sin embargo aparecen en su organismo las mismas manifestaciones físicas que si espontáneamente quedara dominado su ánimo por la emoción terrorífica.

Desde luego que discurren lógicamente los biólogos al decir que en el antedicho experimento aparece el aspecto físico del proceso emocional independiente del aspecto psíquico; pero no son tan fieles a la lógica al añadir que una brusca descarga de adrenalina en la sangre puede provocar la emoción espontánea.

A nuestro entender sucede precisamente todo lo contrario, es decir, que la calidad y cantidad de las secreciones internas o humores del cuerpo depende de la índole e intensidad de los pensamientos y de las emociones. No es la vida orgánica y vegetativa la determinante de la vida mental y espiritual, sino al revés, la actividad de mente y espíritu establece las condiciones de la vida fisiológica.

 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  (8)  9 
 
 
Consiga Sed buenos con vosotros mismos de Orison Swett Marden en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Sed buenos con vosotros mismos de Orison Swett Marden   Sed buenos con vosotros mismos
de Orison Swett Marden

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com