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Pero quien psicológicamente los observa echa de ver que el impedimento está en la imprudente ruina de su salud, en el descuido de sus necesidades físicas, en la conducta desordenada, disipación de las energías, flojedad en el trabajo y costumbres perversas, vicios todos que estorbarían el paso aun a los colosos de la inteligencia humana.

Por doquiera vemos jóvenes entorpecidos en su carrera, cojeando en la medianía o rezagados en la inferioridad, a pesar de tener disposición para mucho más altos menesteres, porque les faltó la energía requerida por el vencimiento de los obstáculos con que tropezaron en su camino. No fueron buenos con su cuerpo. Ignoraban que es su cuerpo el instrumento de la actividad del espíritu, y al estropearlo y desgastarlo lo inutilizaron para el desempeño de su natural servicio.

Si el autor de un libro no vierte en sus páginas el entusiasmo desbordado de su alma, si no siente lo que escribe, si no domina la materia de que trata, y sobre todo si no le movió a escribirlo el vivo anhelo de contribuir al mejoramiento de la vida humana, no podrá despertar el interés del lector, carecerá de la indispensable amenidad para enseñar deleitando según hace siglos aconsejó Horacio. El autor no logrará levantar el ánimo de los lectores porque al escribir el texto no supo levantar su propio ánimo. El libro no tiene vida porque el autor carecía de vitalidad intelectual. No fue mentalmente bueno consigo mismo.

Un clérigo, cualquiera que sea la religión de su ministerio, y un maestro, sea cual sea la índole de sus enseñanzas, no lograrán convencer a sus feligreses y discípulos, si sus pláticas y lecciones son desmayadas y frías, sin el fervor místico y el entusiasmo didáctico de que habrían de rebosar para influir eficazmente en los ánimos. En vez de ejercer el sacerdocio y el magisterio con la alteza de mente y ánimo que su índole de servicio a la humanidad requiere, no ven en su desempeño más que un medio de satisfacer las necesidades de la vida estrictamente material. No son buenos con ellos mismos.

Por doquiera vemos gentes mortecinas, apocadas, sin entusiasmo ni fervor ni energía en su labor profesional. No hallan gozo en el trabajo, que para ellos es una pena, un sufrimiento, una carga pesada, ingrata, monótona.

Uno de los capitales problemas de la industria fabril es obtener el máximo de producción con el menor gasto posible; y sin embargo, a muchos industriales lo bastante duchos para resolver el problema en beneficio de su negocio, ni siquiera seles ocurre plantearlo cuando se trata del más arduo negocio de su vida, para que individualmente del máximo de producción con el mínimo consumo de energía.

En general somos nuestros peores enemigos y no en balde dijo quien todo lo sabe que los mayores enemigos del hombre están en su propia casa, es decir, en sí mismo, en su personalidad fecunda en pasionales incentivos. Desearíamos hacer grandes cosas, y sin embargo no nos ponemos en condición de realizar nuestro anhelo figurándonos que es empresa superior a nuestras fuerzas, cuando si lo intentáramos y del intento pasáramos a la perseverante acción acabaríamos por vencer en el empeño. Pero si unos pecan por dina de menos al medir sus fuerzas, otros se exceden petulantemente en la medida y fracasan por exceso de confianza. El toque está en la justa medida, en el exacto conocimiento de lo que somos, sabemos y podemos.

Parecido desequilibrio se nota en el trato del cuerpo. Pocos son los que aciertan a colocarse en equidistancia de la maceración y el libertinaje. Por lo común o somos muy complacientes o muy severos con el cuerpo. 0 le concedemos cuanto le apetece o le negamos aun aquello que indispensablemente. necesita, y difícil es decir cuál de ambos procedimientos da peores resultados. Pocos los que cuidan de su cuerpo con la misma solicitud que prestan a una máquina, a un animal de labor, a un apero de labranza, a una herramienta útil que les cuesta su dinero y necesitan para el provecho de su negocio y el ejercicio de su profesión. Pongamos por ejemplo el tratamiento del aparato digestivo que proporciona al organismo la energía motora, y echaremos de ver que la mayor43parte de las gentes no lo ponen ni en la mitad de la condición necesaria para funcionar debidamente. Las naturales energías de este aparato orgánico se agotan o por lo menos se desperdician en el trabajo mecánico-químico de digerir una superflua cantidad de alimentos que para nada necesita la economía animal.

En poco o en mucho estamos quebrantando constantemente las leyes de la salud por el capital vicio de la gula que recarga el estómago determinando al cabo su dilatación y es la causa de las enfermedades del aparato digestivo. Entonces agravamos todavía el mal con la imprudencia de recurrir a estimulantes, específicos y medicamentos ineficaces para remediar los efectos de haber desoído las saludables voces de la sobriedad y la templanza.

Otros se ladean hacia el opuesto extremo y no toman suficiente alimento o no aciertan a combinar los manjares de modo que no quede ningún tejido orgánico sin la necesaria nutrición. Por ignorar la ciencia de la alimentación, llamada dietética, resulta que mientras unas partes del organismo se cargan demasiado sin poder asimilarse lo mucho que reciben, hay otras que se debilitan por escasez de elementos nutritivos. Esta desproporcionalidad provoca el desequilibrio que a su vez despierta morbosos apetitos de los que se sigue la disipación. El ansía de excitantes corno la morfina, cocaína y otros alcaloides venenosos .proviene generalmente del hambre que padecen ciertos tejidos y que dichas drogas calman de momento para retoñar al poco rato con mayor intensidad.

Según han observado los fisiólogos, hay en el organismo humano doce distintas clases de tejidos cuyas necesidades son muy sencillas y fáciles de satisfacer. Lo difícil es conocerlas.

Así, por ejemplo, la leche y los huevos bastarían de por sí en sus numerosas combinaciones y derivados para nutrir el organismo; pero conviene dar mayor variedad a los manjares adecuando su índole al temperamento y profesión de cada individuo. De todos modos, la culinaria moderna ha complicado tan absurdamente el régimen alimenticio, que sólo atiende al halago del paladar a dura costa de los intereses del estómago. Muy malo será consigo mismo quien se aparte de las consuetudinarias, sencillas y naturales fórmulas de la cocina casera.

 
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Sed buenos con vosotros mismos de Orison Swett Marden   Sed buenos con vosotros mismos
de Orison Swett Marden

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