Si queremos obtener de nuestra vida el mayor provecho posible en sus tres utilidades, si anhelarnos ser y hacer cuanto nos sea posible, no sólo hemos de pensar bien de nosotros mismos sino portarnos rectamente con nuestro cuerpo, por medio de la fisiocultura en que se comprenden el ejercicio, alimentación, recreo y descanso.
Pero seguramente preguntarán algunos cómo va a ser posible que los malvados, los criminales, los viciosos y libertinos cuyo corazón por lo empedernido e insensible parece de berroqueña, se representen esa imagen del hombre noble, puro, perfecto, inmaculado, tal como según la tradición y la escritura salió Adán de las manos de Dios.
A primera vista resulta un mucho contradictorio, que el criminal se conciba inocente, el libertino santo, el ignorante sabio, el bellaco discreto y el débil fuerte pero la dificultad no está en la formación del concepto sino en el necesario esfuerzo mental para formarlo.
Las fuerzas mentales están sujetas a la misma ley que las corporales, y como éstas sólo pueden vigorizarse por el ejercicio. Si quienes no han reconocido aún la verdadera naturaleza de su ser pusieran tan sólo una vez en acción la fuerza de su pensamiento, invirtiendo de mal en bien el punto de aplicación, se operaría en ellos una mudanza de ánimo qe maravillaría a cuantos no estuvieran familiarizados con las leyes psicológicas.
Cuando una enfermedad grave pone al hombre a las puertas de la muerte o por cualquiera vicisitud siente el escalofriante roce de la implacable enemiga y sale vencedor de la tremenda crisis, suele operarse en él un cambio de conducta a que se llama conversión, porque convierte en grandes santos a los grandes pecadores.
En estos casos, más frecuentes de lo que parece, la mente con sus nuevos pensamientos es la renovadora de ánimos y corazones, y de cierto que ni uno solo de los convertidos dejaría de confesar que de su mente brotaron en forma de pensamientos optimistas, esperanzados y seguros, las vibraciones que conmovieron su corazón.
Claro está que no habiendo en este mundo nadie es perfecto, no es posible que la recomendada imagen de perfección sea la del hombre tal cual es sino tal como quisiera ser, porque por muy bajo que se hunda un hombre siempre quisiera ser mejor de lo que es. La voz de la conciencia no queda jamás enmudecida aunque temporalmente: la debilite la gritería de las pasiones.
Aunque antes dijimos que el ser el prójimo era la única condición necesaria y suficiente para ser bueno consigo mismo, no obra esta condición por espontánea eficacia, pues muchos son buenos con el prójimo y no saben serlo consigo mismos, porque descuidan su salud, disipan sus energías y malgastan sus recursos. Son esclavos de los demás y tiranos de ellos mismos.
Aquella sonada máxima que tan a menudo sacan a relucir los egoístas diciendo que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, tiene mucho de verdad en su fondo cuando en realidad se entiende bien y no sirve para cohonestar el egoísmo, porque caridad es sinónimo de bondad y caritativos y buenos seremos con nosotros mismos si damos a nuestra vida la dirección y conducta que la lleve a realizar su divina finalidad.
Muy loable característica es el cumplimiento de los deberes a que la comunidad de origen nos obliga respecto del prójimo, pero también estamos obligados a cumplir los deberes que con nosotros mismos tenemos por imperio, de la ley de evolución para mantenernos física, intelectual y espiritualmente en el más alto nivel posible, pues de lo contrario no podremos llevar a cabo la peculiar obra que al nacer nos encomendó el providencial destino.
Grave culpa es abandonarnos a la depresión, el abatimiento y el pesimismo de modo que no estemos en favorables condiciones de responder al llamamiento de la vida o afrontar con esperanza de triunfo cualquiera eventualidad o vicisitud que pueda sobrevenir.
Entonces nos sentimos dispuestos a sufrir con paciencia aquellas contrariedades que no esté en nuestra mano impedir, en vez de dejarnos arrebatar por inútil iracundia.
Cuentan del insigne matemático Newton que era de tan enérgico y a la par tan ecuánime temperamento, que ningún accidente lo atribulaba. Tenía un hermoso perro llamado Diamante, a quien estimaba en mucho. Una noche estaba Newton en su gabinete, cuando le llamaron para atender a un visitante, y entretanto entró el perro que encaramándose de un salto a la mesa volcó la bujía sobre unos papeles llenos de fórmulas y cálculos que representaban la casi ya terminada labor de muchos años.
Al volver Newton encontró reducidos a pavesas aquellos inestimables documentos cuya pérdida era irreparable, porque no estaba en edad de recomenzar tan ímproba tarea; pero en vez de arremeter furioso contra el perro, exclamó en tono de amistosa reconvención:
-¡Oh! Diamante, Diamante. No sabes tú el mal que has hecho.
Otro ejemplo de ecuanimidad y dominio de sí mismo nos da Casimiro, rey de Polonia, quien habiendo en cierta ocasión ganado en juegos de azar todo el dinero de tino de sus cortesanos llamado Konarsky, recibió del perdidoso un tremendo bofetón. Asustado el cortesano, de la enormidad de su delito de lesa majestad, trató de huir, pero lo alcanzaron los guardias de palacio y fue condenado a muerte.
El rey lo hizo comparecer en presencia de la corte, y les dijo a los circunstantes:
-No me sorprende la conducta de este caballero, que en un momento se vio arruinado. Yo soy el único culpable en este asunto, porque no debí dar el mal ejemplo de una perniciosa costumbre que amenaza enervar a mi nobleza. Comprendo que esté arrepentido de su falta y esto basta. Ahí tiene su dinero y juremos todos no volver a probar fortuna en el juego jamás en la vida.
Muchos hay dotados de excelentes prendas, con aptitud casi enciclopédica cuya obra no, pasa de la vulgaridad porque no saben o no quieren colocarse y mantenerse en la necesaria condición física y mental para hacer todo cuanto de que son capaces y excede ventajosamente de su ordinaria labor.
En todos los órdenes de la actividad mercantil vemos empleados que sólo están medio despiertos y medio vivos, con su cuerpo repleto de células muertas o emponzoñadas a consecuencia de su viciosa conducta, malas costumbres y peores pensamientos. ¿Es extraño que obtengan tan poco provecho de la vida cuando tan poco ponen en ella?
Hay quienes en plena virilidad están todavía en el mismo punto en que se colocaron al salir de la escuela. No han adelantado un paso. Algunos han retrocedido, y ni unos ni otros aciertan a explicarse por qué no prosperan ni se les muestra propicio el éxito.