Y lo que digo de los letrados ¿de cuántos hombres de carrera no podría decirlo? Noble profesión, que exige grande esfuerzo intelectual es la de ingeniero; mas sus estudios especiales no salen de las ciencias exactas. Ahora bien; ¿está todo en estas ciencias? Y por importantes que sean, atenerse estrictamente a ellas ¿no es cerrarse otros horizontes, atrofiar valiosas facultades de la mente y dejar insatisfechas nobles necesidades del espíritu? Al contrario, añadir a esas profundas ciencias exactas bellos e interesantes estudios literarios o sociales ¿no es elevarse, enaltecerse, perfeccionarse más todavía?
¿Y los militares? ¿A quién se ocultan los ocios, el tedio, los peligros de la vida de guarnición? No hay carrera en que vaya más lejos el cansancio del ocio, y si tenemos militares que sobresalen en otras ramas de la ciencia, es porque supieron aprovechar el tiempo que otros desperdiciaron en la enervante ociosidad de sus facultades.
En cuanto a los bienes espirituales, fácilmente podemos ser buenos con nosotros mismos siendo buenos con el prójimo. Esta es la sola condición necesaria y suficiente para la utilidad y servicio de la vida espiritual, Cuanto más nos esforcemos en servir a la humanidad, mayor y más duradero será el placer resultante de nuestro servicio. Gozaremos entonces de aquella paz del ánimo y tranquilidad de conciencia que por lo inefable excede a toda expresión verbal del humano entendimiento.
El error está en no equilibrar, o mejor dicho, armonizar los tres aspectos o modalidades de la vida: el corporal, el mental y el espiritual. Unos concentran toda su actividad en los sentidos corporales, dejando yermas las facultades de la mente y en embrión las potencias del espíritu. Son las gentes materializadas, las que se figuran que lo positivo es la vida estrictamente animal, sin preocuparse ni ocuparse en los supremos intereses de su verdadero ser o individualidad. Son la grosera encarnación del egoísmo.
Otros se entregan por entero a los placeres intelectuales con que les brindan la literatura, la ciencia o el arte. Todo lo posponen a la satisfacción nunca cumplida de su apetito mental, y son los bohemios literarios, científicos o artísticos de vida estéril en lo espiritual y desatinada conducta en lo material.
Por otra parte vemos a los que menosprecian todo cuanto les parece humano sin advertir que todo lo humano es de esencia divina, y maceran su cuerpo, se abstienen de todo placer sensorio por legítimo y natural que sea, se alejan del mundo como soldado que abandona las filas por miedo de pelear contra el enemigo, y todos sus esfuerzos se concentran en el egoísmo espiritual de gozar en la otra vida la eterna felicidad que su religiosa fe les promete.
Lo importante para armonizar los tres aspectos de la vida correspondientes a los tres elementos corporal, mental y espiritual del hombre durante su paso por la tierra es conocerse a sí mismo, porque sin esta previa condición nadie podrá ser bueno consigo mismo.
Mas para conocerse a sí mismo es indispensable que el hombre se convenza de que su cuerpo y su mente son los adecuados instrumentos de que le ha provisto la divina ley de evolución para adelantar por virtud de la experiencia en el camino de su perfeccionamiento.
¿ Qué diríamos del escultor que adrede embotara su cincel, del escritor que despuntara su pluma o del pianista que a martillazos destrozara el teclado? ¿Qué decir del artífice que dejase enmohecer sus herramientas y pasara la vida en ociosa contemplación al considerar que sus obras no habían de ser eternas ?
Fuéramos con nosotros mismos mucho mejores de lo que somos si bien nos conociéramos, si viésemos en nuestro cuerpo y mente dos instrumentos ,de perfección espiritual, los dos sostenes de la vida de nuestro verdadero ser en este mundo.
Convencidos de nuestra íntima y permanente naturaleza, no caeríamos en los ociosos extremos de cebar hasta el hartazgo los apetitos sensuales o macerar hasta la extenuación nuestro organismo corporal, ni tampoco se menospreciaría nadie teniéndose por miserable gusano de la tierra ni se enorgullecería creyéndose el rey y soberano de la creación.
Dijo un filósofo que el hombre que a sí mismo se menosprecia por temor a lo que se llama cólera divina, como si la Bondad infinita y justicia absoluta fuese capaz de encolerizarse, blasfema de Dios que lo creó a su imagen y semejanza, o por mejor decir que de Sí mismo lo emanó cual brota la chispa de la hoguera para que germinando a manera de semilla divina, volviera a El, convertido en hombre perfecto al término de su evolución.
Todavía no es muy consolador el número de quienes reconocen su divino origen y se convencen de que su intrínseca potencialidad excede incomparablemente a las facultades ya actualizadas, ó ,dicho de otro modo, que es capaz de dar de sí mucho más de lo que dio, de hacer algo superior a sus ordinarias tareas. Este desconocimiento es una de las más poderosas determinantes del fracaso.
Quienes persisten en ver el aspecto débil, enfermizo y transitorio de su ser, que siempre están exagerando sus defectos y se creen incapaces de hacer nada de provecho, son sus peores enemigos, pues se tratan como sus más enconados no los tratarían. Lo más lastimoso es que a fuerza de pensar bajamente de sí mismos llega a convertirse en realidad la bajeza y se rezagan o por lo menos se estancan en el sendero de evolución.
Dice la sabiduría de los siglos que tal corno un hombre piensa en su corazón así es, y añade que se convierte en lo que piensa. Por lo tanto, la opinión que de sí mismo tenga será la gula de su conducta y se manifestará en las características de su personalidad.
De esta ley psicológica, corroborada por la experiencia, se infiere la siguiente regla de vida mental: No os representéis jamás en vuestro pensamiento distintos de como quisierais ser.
Le preguntó a Sócrates uno de los amigos cual era el medio de lograr una buena reputación, y el filósofo replicó:
-La lograrás procurando ser lo que deseas parecer.
Al pensar en nosotros mismos hemos de formar la imagen mental de un ser noble, bello, perfecto, libre de todo vicio, adornado de toda estimable cualidad. Rechacemos resueltamente los malos pensamientos acerca de nosotros mismos y no consintamos que en la representada imagen haya mancha alguna que deprima nuestra individualidad.
Insistamos en ver en nosotros el hombre que tuvo el Creador en su mente al darnos la existencia, no el hombre contrahecho y burlesco que la ignorancia, los siniestros pensamientos y la viciosa conducta deformaron. La estimación propia, el buen concepto que podamos tener de nosotros, la perfecta imagen representada en nuestra mente nos será mucho más valiosa que la opinión ajena.