Repetidas veces ha declarado Marden que no presume de originalidad en el sentido de exponer una doctrina recién estampada en el troquel de su mente; pero no se le podrá negar en justicia que logra alentar la voluntad del lector mediante el simultáneo estímulo de su entendimiento al transmitirle verdades cuya clara exposición les da carácter de axiomáticas.
Encomia Marden sobre todas las virtudes cívicas la del trabajo, sin distinción entre intelectual y moral, pues ambos son igualmente necesarios para el progreso humano; y aunque a los primates de la pluma, acostumbrados a ahondar en el papel con ella, les parezca perogrullada, no estará de más decir que la concordancia entre la aptitud y la actividad es requisito indispensable del gozo en la acción, y que la discordancia entre ambos elementos psicofísicos produce pena.
Así el trabajo, acción por excelencia, es pena cuando falta la predisposición a él, ya por ineptitud, ya por repugnancia del esfuerzo necesario para realizar cualquiera obra por mínima que sea. Pero deja de ser pena y se trueca en placentero, goce cuando vencidas las dificultades del aprendizaje vencemos también la resistencia que se opone a la actualización de nuestra energía.
Una vez adquiridos hábitos laboriosos, echamos de ver que no en balde la ociosidad mereció siempre vituperio, y que al más dulce que el lícito descanso es el trabajo, si de él dueños y no esclavos lo mediamos a fines de provechosa utilidad para el propio perfeccionamiento y el bienestar del mundo.
Es una de tantas preocupaciones sociales, uno de tantos errores públicos el tener por incompatibles la delicadeza de sentimientos y la finura de modales con el trabajo manual.
A los que por no haber sido buenos con ellos mismos cayeron de la cumbre de la fortuna al abismo de la miseria, les dice Marden que el trabajo manual a nadie deshonra, por más que la falsa dignidad de antaño lo tuviese por deshonroso y por honrosa la holganza.
Trata el autor de las principales cualidades del carácter, clasificándolas en positivas y negativas, o lo que tanto monta, en virtudes y vicios; pero de acuerdo con la psicología experimental, que si adolece todavía de deficiencias, ha rectificado los tradicionales errores de la filosofía escolástica, opina que la energía psíquica es la misma cuando se aplica en el positivo sentido de la virtud como en el negativo del vicio, y por lo tanto cabe la posibilidad de ser buenos con nosotros mismos invirtiendo el sentido de aplicación de negativo en positivo valiéndonos de la fuerza de voluntad y de su auxiliar la energía del pensamiento.
Sin el menor asomo de heterodoxia, en el concepto corriente de esta vaga y fluctuante palabra, expone Marden la verdad comprobada por la experiencia de que el cuerpo es la expresión de la mente, y en consecuencia por medio de la índole de nuestros pensamientos podremos establecer las condiciones de la vida corporal en lo que a la normalidad de su funcionamiento se refiere.
Insiste Marden en la necesidad de distinguir entre el verdadero ser humano inmortal y permanente y su aspecto personal, transitorio y perecedero; mas también afirma, apoyándose en las Palabras de San Pablo, que lo corruptible puede transmutarse en incorruptible y lo mortal en inmortal. Con esto y en esto reconoce la ley de evolución que rige en el universo entero, a que están sujetos todos los seres y todas las cosas, desde el átomo al sol, desde el infusorio al hombre. La única ley cuya obediencia puede darnos la paz del alma y la salud del cuerpo en que consiste la mayor felicidad asequible en esta vida.