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EL DEVORADOR DE MUNDOS


Una vez un pintor oyó a un niño decir el término el devorador de mundos, y aquel concepto quedó como grabado a fuego en su mente. Aquella idea le resultó tan seductora que no pudo resistir el impulso por ilustrarla. Así, pues, dedicó los meses siguientes a la confección de un cuadro que bien pudiera titularse de ese modo: El devorador de mundos.
Su primera tentativa consistió en la figura de un anciano, de mirada penetrante y cuerpo vigoroso, el cual extendía en todas direcciones varios pares de brazos, y a cuyo alrededor giraban decenas de planetas, como en un vórtice inmenso, todos ellos acabando absorbidos por el remolino de su ingesta. Al terminar este primer cuadro, sintió que había quedado tan pretensioso que estaba a sólo un paso del ridículo. Dos amigos suyos lo vieron, y lo elogiaron, pues ciertamente se veía sobrecogedor y solemne. Pero él no estaba satisfecho.
Una tarde, tomando té con un viejo conocido, el cual era un metafísico, oyó la crítica de éste, no sobre su pintura, pues ni aquél se la mostró ni él pidió verla, sino sobre su sola pretensión.
—Querer ilustrar un devorador de mundos es una cosa contradictoria e imposible. No es posible porque es contradictoria, y es contradictoria porque no es posible.
—¿En dónde está la contradicción? Tal vez, al menos, pueda pintarla a ella.
Mundo significa totalidad, en su sentido más absoluto. La totalidad de todo cuanto es no puede ser devorada por un ente, pues, si la devorase y se convirtiese su vientre en albergue del mundo, ¿no quedaría él? Si es así, entonces no ha devorado la totalidad, porque tendría que devorarse a sí mismo para finalmente abarcarla. Pero es imposible que se devore a sí mismo. Por esto es que tu pretensión se contradice.
El pintor estuvo muy de acuerdo con esta crítica. No obstante, los metafísicos sólo saben de racionalidad, y desconocen los caprichos de las pasiones. Aquel demiurgo de colores no estaba interesado en desvelar la verdad de las normas de la lógica universal, sino de delatar una pasión escondida en el corazón de cuantos vieran la pintura. Quería que, apenas un rostro posase la mirada sobre el lienzo, en su alma quedara al descubierto un sentimiento siempre presente, pero pocas veces advertido. Algo así le había ocurrido al escuchar la expresión el devorador de mundos, y eso mismo quería maximizar por medio de la imagen cromática.
En una ocasión distinta, se juntó con un primo suyo a ver una obra de teatro. Cuando ésta había finalizado, y ambos individuos abandonaban el salón para fumar unos cigarrillos en la esquina, el pintor le comentó a este primo sobre su pretensión. Aquél era un biólogo, y, tal y como pasara con el metafísico, se puso a meditar sobre la tentativa desde la perspectiva de su saber. Estuvo mucho rato acariciándose el mentón, reflexionando, hasta que finalmente propuso:
—¿Por qué no pintas un micro-organismo?
—¿Como una bacteria?
—Sí, exacto. Un ser minúsculo, pero fagocitador. Yo creo que con eso bastaría. No tendría por qué verse translúcido y opaco, como suelen lucir a la luz de los microscopios, sino que, ya que eres artista, podrías llenarlo de vivos colores a tu antojo.
—Es cierto lo de los colores, pero explícame cómo podría un cuadro así portar el título que pretendo.
—En todos los sitios que te puedas imaginas, incluso dentro de nuestros propios cuerpos, viven millones de estos micro-organismos, flotando mansamente en fluidos de toda clase. Algunos, como sabes, devoran a otros para sobrevivir, tal y como hacen los animales superiores con sus presas.
—Hasta aquí, te comprendo. Pero que una de estas diminutas criaturas devore a otra no supone que se coma un mundo.

 
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