La impaciente espera del enamorado Agni, llegó a su fin.
Ya en el palacio real, fue llevado a la presencia del
Maharajá.
Éste lo recibió con una extraña seriedad en el rostro.
Agni comenzó a relatarle las circunstancias que motivaron su
tardanza en regresar a Yania.La dureza en los ojos del soberano, despareció al
escuchar la explicación. Luego, con los ojos húmedos, informó al joven que Yania
no pudo esperarlo, sumida en una gran tristeza cayó en un grave estado depresivo
que, paulatinamente la llevó a su muerte.
-Así, como una llama que se extingue, mi querida hija se nos fue
yendo de la vida, concluyó el soberano.
Al escuchar estas últimas palabras, el rostro de Agni fue
adquiriendo un color ceroso y de no ser por el padre de Yania que lo sostuvo,
hubiese caído al suelo.
Cuando se recuperó, con los ojos ya bañados en lágrimas, escuchó
al rey que le decía: -Yania se nos fue, pero antes de hacerlo te dejó un hermoso
regalo. Simultáneamente hizo una seña hacia un costado del salón.
Por una puerta, ingresó la más anciana de las ayas que fueran de
la princesa. Caminando lentamente traía de la mano a un niño que no superaba los
tres años, tan pelirrojo como Agni. Éste no podía creerlo, recién entonces se
dio cuenta que los deslices de intimidad que tuvo con Yania, habían dado origen
a este bonito niño.
Mientras lo miraba venir hacia ellos, observó al rey y volvió a
mirar a la criatura.
-Sí, no te extrañes, el amor casi siempre da frutos, algunas veces
inesperados, -comentó este último y agregó- yo acepto en este niño al hijo de mi
querida Yania, y a la vez mi nieto, pero comprenderás que por su origen, él no
tendrá ningún derecho a la corona que ciño; ese derecho le corresponde a mi
segundo hijo, tío del niño.
Agni se agachó y con una rodilla en el piso, abrazó al pequeño y
mirando luego a la anciana aya, le preguntó:
-¿Como se llama?