El recién llegado, levantándole suavemente el rostro, la miró con
una encantadora sonrisa y le dijo: -La última vez que nos vimos. ¿No te había
dicho que no debes llorar?
Ella, mirando esos inolvidables ojos grises, notó el humor en la
pregunta de Agni y sonriendo a su vez, le respondió:
-Tonto querido, son lágrimas de felicidad. ¡Has vuelto por mí!
Agregó
-Sí, he regresado por ti y por algo que de niño dejé contigo en
este mundo, y si no lo recupero, no podré amarte.
-Explícate, -repuso ella extrañada- ¿Que es lo que has dejado
conmigo, si yo, en aquel tiempo no sabía ni hablar?
-Creo que fue mi corazón infantil, y como sé que el también ha
crecido, hoy lo necesito, pues un hombre sin corazón no puede amar, -respondió
sonriente con su metafórica humorada.
-Pues si te lo llevas, tendrás que llevarme contigo, -respondió
ella, también con metafóricas palabras. Ten en cuenta que nuestros corazones han
crecido juntos y si tú te llevas el tuyo, el mío morirá y con el su dueña.
-Bueno mi amor, abandonemos esos temas tristes, -dijo el sonriente
Agni y agregó- yo soy médico y hablar de mi enemiga la muerte, me molesta.
En silencio, igual que antaño, sus ojos se mantenían unidos, y sus
labios, envidiosos, también hicieron lo mismo.
Como un reguero, por todo el palacio corrió la noticia.
El pequeño Agni había vuelto, "El hijo de los Dioses", al
regresar, había cumplido con la promesa hecha a la Yania niña, La vieja
servidumbre, que lo había conocido de chico estaba feliz por su princesa y más
aún cuando vieron que aquel recordado infante, ahora era un apuesto joven.
Esa noche, el recién llegado visitante de las estrellas, fue
invitado a una cena privada con el Rey y su bella hija.
Luego de trasmitir al soberano, el saludo y recuerdos de sus
padres, Aqni les informó que él, ya recibido de médico y con el grado de capitán
de la flota, había obtenido una plaza en la "Galaxis", una de las naves de
inspección del M.C.D.