Suena el celular de la rubia, atiende y sonríe.
-Hola, sí, once y media mañana ¿Dónde? Si, bueno, te veo ahí,
un besito grande.
Yo también a veces me despido así: un besito grande; qué
tarada. ¿Qué es un besito grande? Un besito grande no existe. ¿Qué importa si
existe o no? Hay muchas cosas que no existen y son lindas. El amor no existe y
me encanta. ¿Qué estoy diciendo? El amor existe. Todavía me dura la bronca de
las vueltas que Juan daba con el tema de la fecha de casamiento. Tal vez sea por
eso que haya pasado ya mes y medio de mi operación de tetas y si digo que nos
acostamos tres veces, exagero. Ahora cuando discutimos nos arreglamos tomando un
cafecito. Es una etapa. Es una etapa. Pero el amor existe y un besito grande no.
El amor existe. El amor existe. (Juan existe).
La recepcionista me guía por un pasillo tan angosto como el del
vecino. El piso es de una madera que cruje a punto de romperse. Entre las
manchas en el sillón, la inexperiencia de la recepcionista, y este quejido de la
madera, el lugar me inspira más desconfianza que la que me inspiró el barrio
cuando llegaba en el taxi. Bastó ver las baldosas rotas y los balcones viejos
para darse cuenta que esta zona es sólo para turistas, artistas y delincuentes
¿Y yo qué soy? Pasamos a mi derecha cuatro puertas, en la quinta entramos. La
recepcionista me dice antes de cerrar la puerta:
-Víctor ya viene.
Estoy sola en está habitación de techos altos y paredes
angostas, rodeada por una mesita, una silla y la camilla. Víctor otra vez. Mejor
me siento en la silla y prendo un pucho. No sé si quiero que me toque alguien
que se llama Víctor. Pero ya me tocó los últimos dos miércoles, ¿por qué no me
va a tocar hoy?
Debe ser insoportable el ruido en el patio interno del vecino
cuando llueve. Con esta pollera me es incómodo descruzar las piernas. Capaz el
vecino es gay y por eso no me dio bola. ¿Dónde dejé mí billetera? Acá está. ¿Son
ladridos los que escucho? Dios, qué chiquita es la habitación, más que un cuarto
parece un ascensor. Alguien está moviendo el picaporte. Víctor me pone su
perfumada mejilla.