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PROLOGO

Gastón Leroux y los fantasmas

Gastón Leroux vivió 59 años, entre 1868 y 1927. Su existencia se deslizó en plena era espiritista, cuando en París circulaba profusamente Le livre des sprits (1857), de Allan Kardec, y los metapsiquistas estudiaban el doble y los fantasmas que algunos dotados de percepciones extrasensoriales hablan creído verificar en algún momento. Por esa época, cuando Gastón Leroux ya era un escritor, también se vendía Phantasms of the Living, de Gurney, Myers y Podmore, publicado en 1886.

El tema de los fantasmas, unido al de los vampiros, lo atrajo mientras ejercía el periodismo, y ya en la batalla de la creación escribió La ponpée sanglante, donde los vampiros y la sangre serán algunos de los enigmas que asediarán al protagonista. La tarea fue continuada en un libro posterior (La máquina de asesinar), y en otros en los que tratare de la resurrección entre los muertos.

Un día, sin embargo, Gastón Leroux sustituye el fantasma por un ser de carne y hueso que nadie ha visto, pero que es capaz de cometer un crimen en cuarto cerrada. Nadie sabrá cómo puede asesinarse a la víctima que yace en una habitación herméticamente cerrada. Este será el enigma de Le mystère de la chambre jaune (1908), donde aparece, para eternizarse, su héroe Rouletabille.

La idea del fantasma hace impacto en otra obra no menos imperecedera escrita en 1910: El fantasma de la Opera. Es la historia alucinante de un amor imposible, cuyo protagonista oculta, su horrible fealdad en los subsuelos del Teatro de la Opera de París, uno de los cuales sirvió para los calabozos secretos improvisados por los federados en el levantamiento de la Comuna. Hacia esos subsuelos, cruzados de pasajes enigmáticos y paredes corredizas como en The Mysteries of Udolfo (1794), de Ann Radcliffe, cl Fantasma (que carece de nariz y no puede mover los labios), llevará a la actriz Cristina Daaé en la esperanza de un amor que pudiera redimirlo de la asfixiante fealdad que debe cubrir todos los días con una máscara.

Hay un juego entre el amor y el mal hábilmente barajado por Leroux.

Yo creo que esta singularidad le da vigencia permanente a El fantasma de la Opera.

Gastón Leroux quiso ser abogado, pero abandonó sus estudios de derecho y se dedicó al periodismo. Fue cronista de tribunales en el diario Le Matin, de París, ocupación que también dejó para consagrarse a la literatura. Expresan sus biógrafos que se encerraba para escribir. Cuando terminaba, disparaba todos los proyectiles de su revólver. Luego lo festejaba ruidosamente con su mujer y sus hijos. En París estaban acostumbrados a sus extravagancias.

En cambio, su método de escritura participaba del azar y el acertijo. No comenzaba ningún relato sin elegir previamente dos palabras similares. Con ellas construía una serie de frases de igual significación que después elegía para iniciar y cerrar el relato. Esto es lo que él confesaba cuando se lo interrogaba acerca del método al que ajustaba su escritura.

Leroux era un ser cabalístico que creía en el misterio y los milagros. Creía en los seres fantasmales y en la vida del más allá. El tema del espíritu y el de la vida de ultratumba lo indujeron, en algún momento, a realizar una obra que no concretó. Sus extravagancias terminaban cuando meditaba en lo que él llamaba el misterio de la muerte.

Acaso El fantasma de la Opera fue la tesis de una existencia en que el bien y el mal, la vida y la muerte, se anulan recíprocamente en presencia del amor.

JUAN JACOBO BAJARLÍA

Buenos Aires, 1991

 

DOS PALABRAS

En las que el autor de este singular relato cuenta al lector de cómo llegó atener la certeza de que el Fantasma de la Opera ha existido realmente.

El Fantasma de la Opera ha existido. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una invención de artistas, una superstición de empresarios, la creación medrosa del cerebro excitado de las señoritas del cuerpo de baile, de sus madres, de los acomodadores, de los empleados de la guardarropía y de la portería.

Sí, ha existido en carne y hueso, aun cuando se le dio todas las apariencias de un verdadero fantasma, es decir, de una sombra.

Desde que comencé a compulsar los archivos de la Academia Nacional de Música, me llamó la atención la coincidencia sorprendente de los fenómenos atribuidos al Fantasma, con el más fantástico de los dramas que haya conmovido a la alta sociedad parisiense, y pronto llegué a pensar que quizá se pudiera explicar racionalmente a éste por medio de aquél. Los acontecimientos no datan más que de unos treinta años, y no sería difícil encontrar todavía, en el propio foyer de la danza, ancianos muy respetables, cuya palabra no puede ser puesta en duda, que recuerdan, como si el suceso hubiera ocurrido ayer, los acontecimientos misteriosos y trágicos que acompañaron el rapto de Cristina Daaé, la desaparición del vizconde de Chagny y la muerte de un hermano mayor, el conde Felipe, cuyo cuerpo fue encontrado en el borde del lago que se extiende en cl subsuelo de la Opera, del lago de la calle Scribe. Pero a ninguna de esas personas se les había ocurrido hasta ahora relacionar con esa terrible aventura al personaje más bien legendario del Fantasma de la Opera.

La verdad penetró con dificultad en mi espíritu perturbado por una investigación que chocaba a cada instante con acontecimientos que, a primera vista, podían parecer sobrenaturales, y, más de una vez, estuve a punto de abandonar una persecución en que me extenuaba, corriendo por aferrar una vana imagen. Por último, obtuve la prueba que mis presentimientos no me hablan engañado y todos mis esfuerzos quedaron recompensados cl día en que adquirí la certidumbre de que el Fantasma de la Opera había sido algo más que una sombra.

Ese día pasé largas horas en compañía de las "Memorias de un director", obra ligera del demasiado escéptico Moncharmin, que no entendió una palabra de la conducta tenebrosa del Fantasma durante su paso por la Opera, y que se reta de él a carcajadas en cl mismo instante en que era él la primera víctima de la curiosa operación financiera que se realizaba en el interior del "sobre mágico".

 
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