LA TRÉMULA vislumbre del fogón debió alumbrar el modesto escenario, cuando la encinta-da vihuela del payador anónimo rimó las primeras palpitaciones de la musa popular bajo la forma de un cielito patriótico, para enardecer la fibra nativa con el relato de las hazañas de nuestras armas en su lucha por la independencia.
La danza, la música y la palabra aunadas en las reuniones populares, desde los tiempos más remotos tienen entre nosotros el nombre simpático de cielo, ha dicho don Juan María Gutiérrez al estudiar la literatura de Mayo.
Como música o tonada -agrega- es sencillo, armonioso, lleno de candor y alegría juvenil; como danza reúne a la gracia libre y airosa de los movimientos, el decoro y la urbanidad.
Este género de poesía tan argentino salió de su oscura esfera desde los primeros días de la revolución. Raro es el acontecimiento de aquel período que no se halle consignado en un cielo, y existen algunas de esas composiciones que son una ex-posición completa de las razones que tuvo el país para declararse independiente.
El cielo se identificó especialmente con la suerte de nuestras armas, y en cada triunfo patrio se oyeron sus populares armonías a la par de los himnos y las odas de los grandes poetas. En aquellos días inciertos, bajo un cielo poblado de zozobras y bélicos rumores, la guerra imponía el acento marcial: arma virumque.
López, Luca, Rojas, fray Cayetano Rodríguez, habían señalado el rumbo épico; pero faltaba aún el poeta que llevara hasta el alma tenebrosa y turbulenta de las muchedumbres el nuevo verbo: faltaba el poeta popular.
Bartolomé Hidalgo -un modesto oficial de barbería, según una difundida tradición, que había producido ya La marcha nacional oriental en el año 1816; La libertad civil, pieza alegórica escrita el mismo año, y El triunfo, en celebración de las jornadas de Chacabuco y Maipú- surge al fin, y cambiando la lira de cuerdas de bronce que le diera cierta notoriedad entre los escritores de la época, adopta la guitarra -el tiple, según sus propias palabras- para cantar a la patria bajo la forma del tosco romance popular, dando así nacimiento a un género nuevo: la poesía gauchesca.
Justificaba, pues, sin sospecharlo tal vez, el nombre con que le saludaban sus contemporáneos, como Esteban de Luca, puesto que poeta también significa creador...
Finalizaba el año 1819. Ante las inquietudes que debían conturbar el corazón de los patriotas con el anuncio del próximo arribo de una poderosa expedición española lista ya para zarpar de Cádiz con 20.000 soldados aguerridos mandada por el general O'Donnell, cuando de nuestros ejércitos casi no existían sino restos dispersos y las montoneras ensoberbecidas hacían trotar sus briosos redomones de pelea a las puertas de Buenos Aires, aparece de improviso el rústico payador para proclamar virilmente la libertad de su tierra con un Cielito que, en breve, se tornó popular:
El que en la acción de Maipú
Supo el cielito cantar
Ahora que viene la armada
El tiple vuelve a tomar.
El comienzo del refrán sugiere desde luego la idea de que Hidalgo había escrito otra composición análoga el año anterior para celebrar la victoria de Maipú, y la cual desgraciadamente hasta el momento parece perdida; pues, ni La lira Argentina, publicada en París en 1824 por don Ramón Díaz, ni La Epopeya Americana de aquel período, coordinada por don Angel Justiniano Carranza, que quedó sin terminar, ni el Cancionero Popular, reimpreso después por el doctor Estanislao S. Zeballos, hacen mención de esta poesía.