Nescit labi virtus.
El señor Deán de la catedral
de..., muerto pocos años ha, dejó entre sus papeles un legajo, que, rodando de
unas manos en otras, ha venido a dar en las mías, sin que, por extraña fortuna,
se haya perdido uno solo de los documentos de que constaba. El rótulo del legajo
es la sentencia latina que me sirve de epígrafe, sin el nombre de mujer que yo
le doy por título ahora; y tal vez este rótulo haya contribuido a que los
papeles se conserven, pues creyéndolos cosa de sermón o de teología, nadie se
movió antes que yo a desatar el balduque ni a leer una sola página.
Contiene el legajo tres partes.
La primera dice: Cartas de mi Sobrino; la segunda,
Paralipómenos; y la tercera, Epílogo.-Cartas de mi
hermano.
Todo ello está escrito de una
misma letra, que se puede inferir fuese la del señor Deán. Y como el conjunto
forma algo a modo de novela, si bien con poco o ningún enredo, yo imaginé en un
principio que tal vez el señor Deán quiso ejercitar su ingenio componiéndola en
algunos ratos de ocio; pero, mirado el asunto con más detención y, notando la
natural sencillez del estilo, me inclino a creer ahora que no hay tal novela,
sino que las cartas son copia de verdaderas cartas, que el señor Deán rasgó,
quemó o devolvió a sus dueños, y que la parte narrativa, designada con el título
bíblico de Paralipómenos, es la sola obra del señor Deán, a fin de
completar el cuadro con sucesos que las cartas no refieren.