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En el cual se contiene el reciente descubrimiento de las islas de Canaria, el primer intento de posesión por el «Príncipe de la Fortuna» y la guerra cruel e injusta que mosior Juan de Betancor, para sujetarlas, hizo a los vecinos dellas, que no le habían hecho ningún daño

1. Prólogo

Porque muchas veces arriba, y más en este capítulo pasado hemos tocado el promontorio Hesperionceras o de Buena Esperanza, y de las islas de Canaria y Cabo Verde y de los Azores, y dellas muchas veces hemos de tocar en la historia siguiente, con el ayuda de Dios, y muchos y aun quizá todos los que hoy son, y menos los que vinieren, no saben ni por ventura podrán saber cuándo ni cómo ni por quién fue celebrado su descubrimiento, parecióme que sería mucho agradable referir aquí algo dello, antes que tratemos del de nuestras océanas Indias, porque se vea cuán moderno el cognoscimiento que de los secretos que en el mar Océano había tenemos, y cuántos siglos y diuturnidad de tiempos la divina Providencia tuvo por bien de los tener encubiertos.

2. Consideraciones sobre el punto y hora providenciales del descubrimiento de las islas

Por demás trabajan y son solícitos los hombres de querer o desear ver o descubrir cosas ocultas, o hacer otra, por chica aunque buena que sea, si la voluntad de Dios cumplida no fuere; la cual tiene sus puntos y horas puestas en todas las cosas, y ni un momento de tiempo antes ni después de lo que tiene ordenado, como al principio de este libro se dijo, han de sortir o haber sus efectos. Y, por ende, grande acertar en los hombres sería, si en el juicio humano muy de veras cayese ninguna cosa querer, ni desear, ni pensar poner por obra, sin que primero, con sincero y simple corazón e importuna suplicación, consultasen su divina y rectísima voluntad, remitiéndoselo todo a su final e inflexible determinación y juicio justísimo. Cuánta diligencia y solicitud se puso por los antiguos por la ansia y codicia que tuvieron de saber lo que en este Océano y vastísimo mar había, y después muchos que les sucedieron y los cercanos a nuestros tiempos; y finalmente no lo alcanzaron hasta el punto y la hora que Dios puso los medios y quitó los impedimentos. Maravillosa cosa, cierto, es que las islas de Canaria, siendo tan vieja la nueva o fama que ellas en los tiempos antiguos se tuvo, pues Ptolomeo y otros muchos hicieron mención dellas, y estando tan cerca de España, que no se obiese visto ni sabido (o al menos no lo hallamos escrito) lo que había en ellas, hasta agora poco antes de nuestros tiempos.

3. Descubrimiento de las islas y coronación de D. Luis de la Cerda por el Papa Clemente VI como «príncipe de la Fortuna»

En el año, pues, de nuestro Señor Jesucristo de, una nao inglesa o francesa, viniendo de Francia o Inglaterra a España, fue arrebatada, como cada día acaece, por los vientos contrarios de los que traía, y dio con ella en las dichas islas de Canaria: esta nao dio nuevas, a la vuelta de su viaje, en Francia.

«El Petrarca, en el lib. II, capítulo 3º, De vita solitaria, dice que los ginoveses hicieron una armada que llegó a las dichas islas de Canaria y que el Papa Clemente VI, que por el año de nuestro Salvador Jesucristo de mil y trescientos y cuarenta y dos fue subido al pontificado, constituyó por rey o príncipe de aquellas islas a un notable capitán, que se había señalado en las guerras de entre España y Francia (no dice su nombre), y que el día que el Papa lo quiso coronar o coronó, llevándole por Roma con grande fiesta y solemnidad, fue tanta el agua que llovió súbitamente, que tornó a casa en agua todo empapado; lo cual se tuvo por señal o agüero que se le daba principado de patria que debía ser abundante de pluvias y grandes aguas, como si fuese otro mundo, y que no sabe, según lo mucho que de aquellas islas se escribe y dice, cómo les convenga el nombre de Fortunadas: dice también no saber cómo le sucedió al rey nuevo que dellas hizo el Papa. Esto es todo del Petrarca. De creer parece que es esto después de que las descubrió la dicha nao, porque no se hobiera así tan presto la memoria dellas borrado si esto acaeciera antes».

4. Conquista de las islas por Juan de Betancor en tiempos de D. Enrique III de Castilla y D. Juan I de Portogal

Después, en el año de mil y cuatrocientos, en tiempo del rey D. Enrique III de Castilla, hijo del rey D. Juan, primero deste nombre, y padre del rey D. Juan el segundo, digo el rey D. Enrique III, padre del rey D. Juan segundo, agüelo de la serenísima y católica reina Doña Isabel, mujer del católico rey D. Fernando, habiendo oído en Francia estar en aquella mar las dichas islas pobladas de gente pagana, un caballero francés que se llamaba mosior Juan de Betancor, propuso de venir a conquistarlas y señorearlas, para lo cual armó ciertos navíos con alguna gente de franceses, aunque poca, con la qual se vino a Castilla y allí tractó con el rey D. Enrique el tercero, que entonces en Castilla reinaba; y porque le favoreciese con gente y favor, se hizo su vasallo, haciéndole pleito y homenaje de le reconocer por señor, y servirle como vasallo por las dichas islas. El rey le dio la gente que le pidió y todo favor y despacho. Ido a las dichas islas con su armada, sojuzgó por fuerza de armas las tres dellas, que fueron Lanzarote, Fuerte Ventura y la isla que llaman del Hierro, haciendo guerra cruel a los vecinos naturales dellas, sin otra razón ni causa más de por su voluntad o, por mejor decir, ambición y querer ser señor de quien no le debía nada, sujuzgándolos. Esto hizo el dicho mosior Juan Betancor con grandes trabajos y gastos, según dice un coronista portogués, llamado Juan de Barros, en sus Décadas de Asia, década 1

 
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Brevísima relación de la destrucción de África de Bartolomé de Las Casas   Brevísima relación de la destrucción de África
de Bartolomé de Las Casas

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