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Conviene, por otra parte, reconocer que la naturaleza del terreno se presta a disquisiciones. La cosmogonía está lejos de ser la ciencia de las certidumbres. A medida que uno se aleja de .nuestra tierra o de la época actual, la parte de probabilidad se vuelve cada vez más grande en la hipótesis. En semejante campo, no se puede evidentemente "experimentar"; hay que contentarse, pues, con "observar", comparar las observaciones y ver si las diversas teorías conducen a resultados concordantes a partir de puntos diferentes. Se advierte, por estas pocas consideraciones, que la cosmogonía es, quizás entre todas las ciencias, la más compleja y la más incierta, la más audaz y la más discutida y, en cierto sentido también, la más difícil de exponer. Es casi imposible comprender el punto al cual ha llegado hoy, si no se conocen bien los últimos descubrimientos en astronomía y en astrofísica (el capítulo siguiente expondrá sumariamente lo esencial). Pero es muy útil igualmente, para seguir la lucha de tendencias que se enfrentan actualmente y, penetrar la verdadera naturaleza de las resistencias que encuentra su avance, estudiar sus progresos o sus fracasos desde un punto de vista histórico al mismo tiempo que científico. Esto es lo que, después de una rápida exploración del tiempo y del espacio, vamos a intentar. Desde las ingenuas leyendas de los hombres primitivos a los trabajos abstractos de los sabios contemporáneos y desde los átomos con ganchos de Demócrito a las teorías explicativas de Jeans sobre el origen del sistema solar, trataremos de seguir la evolución del problema del origen de los mundos. Lo incierto, bajo nuestra vista, se transformará poco a poco en probable, hasta en certeza; hipótesis maravillosas como la de Laplace se desplomarán ante el asalto de las críticas y renacerán en seguida de sus cenizas para explicar fenómenos con los cuales Laplace no había jamás soñado. De descubrimiento en descubrimiento, llegaremos a la época moderna, cuando se puede considerar la edad de la tierra como conocida, cuando se puede estudiar la evolución de las estrellas, cuando se sabe que la materia puede aniquilarse, en parte al menos, en forma de radiaciones y complicar, al contrario, su propia estructura a partir de las mismas radiaciones. Nos sentiremos en un gran desorden de hipótesis, más cerca de la solución que lo que se haya estado jamás, y no deploraremos sino las hesitaciones, diremos mejor, las traiciones, a las cuales demasiados sabios son conducidos por consideraciones extracientíficas en apariencia y anticientíficas en su esencia. |
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El origen de los mundos
de Paul Laberénne
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