Es necesario recordar también que al evidenciar los lazos múltiples que unen la ciencia a la sociedad y la hacen dependes en último análisis de las condiciones económicas de ésta, los marxistas han considerado siempre a la ciencia como a un todo, que tiene, en cierta medida, su propia vida y cuyos progresos teóricos pueden adelantar la técnica después de haber sido previamente condicionados por ella.
Los planes quinquenales de la U.R.S.S. prevén desde el punto de vista del desarrollo científico una gran proporción de investigaciones sin aplicación inmediata, de esas que llamaríamos en nuestros países capitalistas investigaciones de la ciencia pura y que se llaman más acertadamente allá reservas teóricas para las necesidades técnicas del futuro.
Los problemas planteados por la cosmogonía, por su propia complejidad y por la necesidad que crean a los sabios de confrontar teorías distintas fundadas en el estudio de fenómenos muy diferentes de la naturaleza y de sintetizarlos, ofrecen considerable interés para el desarrollo de la ciencia y por consiguiente del poder del hombre sobre la naturaleza.
Pero, hay también otro punto de vista, vecino de éste y en el cual se coloca igualmente el marxista. Para él, la cosmogonía tiene la misma importancia en la escala del universo que la biología en la escala del hombre. Se puede admitir que esta última permitirá un día dirigir la evolución en la raza humana, y hasta crear nuevos seres o aun vencer a la muerte. La cosmogonía permite entrever el porvenir que los trastornos futuros del universo pueden reservar a nuestra especie. El nuevo humanismo que se forma en la U.R.S.S. no se vuelve hacia el pasado como el del Renacimiento; mira francamente hacia el futuro; es el humanismo de una raza que toma al fin conciencia del poder de su inteligencia y de la grandeza de su destino. Esta raza constituye ya reservas teóricas para el porvenir, y ella sabrá utilizarlas para sojuzgar definitivamente a las fuerzas naturales del planeta, pero puede comenzar desde ahora a ver más lejos, a pensar, aunque sin encarar inmediatamente, claro está, la solución práctica, en los problemas que . se plantearán más tarde, cuando la tierra se enfríe demasiado y los hombres se vean constreñidos a partir lejos de ella a la . conquista del universo.
Es este ancho horizonte, esta perspectiva, tampoco internacional, sino en un sentido cósmico, lo que comienzan también a descubrir, al mismo tiempo que los pueblos de la U.R.S.S., los elementos más sanos del proletariado occidental, los mismos que para ciertos creyentes estarían secretamente roídos por la nostalgia de lo divino. Para semejantes puntos de vista, la burguesía, salvo excepciones cada vez más raras, sólo tiene piedad despreciativa, o burlas insolentes. Es que ella teme hoy a la ciencia que creó ayer y abandonando su papel de clase progresista ante el ascenso revolucionario del proletariado, se desinteresa totalmente de la suerte futura de la humanidad y prefiere buscar un poco de confianza en el porvenir, en la enseñanza tradicional de las iglesias o en los sofismas hábiles de los filósofos idealistas. Este movimiento de retroceso es tan fuerte que muchos sabios participan de él, en una época en que, paralelamente al prodigioso desarrollo de las técnicas, los conocimientos humanos progresan con extraordinaria rapidez en todos los dominios, y algunos de ellos llegan' a afirmar que todos estos progresos representan poca cosa, que nuestro saber no pasará jamás ciertos límites y que la "realidad profunda" se nos escapará siempre, si no la buscamos fuera de la ciencia, sin ayuda de nuestra razón.