-No diré quién me lo ha contado, mi coronel, a
menos que usted me lo exija, pero puedo asegurarle que es verdad. Pongo mis
manos en el fuego.
El coronel se volvió hacia un grupito de oficiales que
estaba a cierta distancia.
-¡Teniente Williams! -gritó.
Uno de los oficiales se apartó del grupo, saludó
y dijo:
-Discúlpeme, mi coronel, creía que usted estaba
al corriente. Williams ha muerto allí; al pie del cañón.
¿Qué hay que hacer, mi coronel?
El teniente Williams era el edecán que había
tenido el placer de transmitir al oficial que comandaba la batería, las
felicitaciones de su .jefe de brigada.
-Vaya, y dé orden de que retiren esa pieza
inmediatamente. No ... Iré yo mismo.
Bajó a todo correr la colina que conducía a la
parte de atrás del portillo, franqueando rocas y malezas,
acompañado de su pequeña escolta en un desorden tumultuoso. Abajo,
montaron en sus caballos y enfilaron a trote rápido por el camino;
después, tomando un recodo, desembocaron en el portillo. Los aguardaba un
espectáculo horroroso.