-Si nuestros hombres hacen tan buen trabajo con un solo
cañón -dijo el coronel a su edecán más
próximo- deben sufrir como el demonio el fuego de doce. Vaya a presentar
al que comanda ese cañón todas mis felicitaciones por la
precisión de su tiro.
Después, volviéndose hacia su ayudante mayor,
agregó:
-¿Observó usted con qué maldita
repugnancia Coulter obedeció mis órdenes?
-Si, mi coronel.
-Bueno, le ruego. que no hable de esto con nadie. No creo que
el general piense hacer acusaciones. Tendrá sin duda bastante trabajo
para explicar su propia conexión con esta manera poco frecuente de
divertir a la retaguardia de un enemigo que se retira.
Llegó un ,joven oficial trepando sin alientos la colina.
Casi antes de saludar, exclamó jadeante:
-Mi coronel, el coronel Harmon le informa que los
cañones del enemigo están al alcance de nuestros fusiles; podemos
ver la mayoría desde diferentes puntos de la cumbre.
El jefe de brigada lo miró sin demostrar el menor
interés.
-Lo sé -respondió tranquilamente.