Eso era el silencio del cañón federal. El estado
mayor, los asistentes, las líneas de infantería detrás de
la cumbre, todos habían oído y miraban con curiosidad en la
dirección del cráter, de donde no salía ya ninguna
humareda, excepto, de vez en cuando, algunas nubecitas provenientes de obuses
enemigos. Hubo un llamado de clarín, un débil ruido de ruedas;
instantes después las agudas detonaciones comenzaban con redoblada
actividad. El cañón destruido había sido reemplazado por
otro, intacto.
-Sí -dijo el ayudante mayor continuando su historia-, el
general conoció a la familia Coulter.
Algo raro sucedió, ignoro exactamente qué... Algo
que concernía a la mujer de Coulter. Es una secesionista rabiosa, como
casi todos en la familia, con excepción de Coulter, pero es una buena
esposa y una gran dama. Hubo una queja al cuartel general del ejército, y
el general fue transferido a esta división. Me parece extraño que
después de eso se haya ordenado a Coultér que emplace su
batería allí.
El coronel se había levantado de la roca donde estaba
sentado. Sus ojos llameaban de generosa indignación.
-Dígame, Morrison -dijo mirando a su chismoso
subordinado bien en la cara-, ¿quién le ha contado esa historia?
¿Un hombre decente o un mentiroso?
El otro se ruborizó un poco.