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Hubo un silencio. El general miró impasible un regimiento distante que trepaba muy despacito por la colina, a través de la densa maleza, como una espiral deshilachada de humo azul. El capitán Coulter parecía no reparar en el general. Después contestó lentamente, haciendo un esfuerzo para modular cada palabra:

-¿En la cumbre vecina, dice usted, mi coronel? ¿Están los cañones cerca de la casa?

-¡Ah, veo que ha recorrido ya el camino! Sí, justo contra la casa.

-¿Y es ... necesario ... abrir fuego? ¿La orden es formal?

Hablaba con voz ronca y entrecortada. Había palidecido. El coronel, sorprendido y mortificado, miró de soslayo al general; ni la menor vacilación en ese rostro impasible, inmóvil, duro como el bronce. Instantes después el general se alejaba seguido de su estado mayor y de su escolta. El coronel, humillado e indignado, se aprontaba a hacer arrestar al capitán Coulter cuando éste dijo en voz baja algunas palabras a su clarín, y en seguida, después de saludar, alcanzó el portillo donde muy pronto, en el punto más alto de la ruta, él y su caballo destacaron contra el cielo sus líneas nítidas e inmóviles como las de una estatua ecuestre. El capitán Coulter miraba con sus prismáticos. El clarín, que había bajado la pendiente a toda carrera en dirección opuesta, desapareció detrás de un bosque. Ahora se oía resonar el clarín entre los cedros y al cabo de un tiempo increíblemente corto se vio un cañón seguido de un furgón de municiones, cada cual tirado por seis caballos, con su equípo complet ode artilleros, que subía por la ruta sacudiéndose ruidosamente en medio de un torbellino de polvo y que, una vez allí, libre del avantrén, fue empujado a mano hasta la cumbre fatal, entre los caballos muertos. Un ademán del capitán Coulter, algunos movimientos asombrosamente ágiles de los hombres que cargaban el cañón y, casi antes de que las tropas hubieran dejado de oír el ruido de las ruedas, una gran nube de humo blanco bajaba de la colina seguida por una detonación ensordecedora: el combate del portillo de Coulter había empezado.

 
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El caso del portillo de Coulter de Ambrose Gwinett Bierce   El caso del portillo de Coulter
de Ambrose Gwinett Bierce

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