Tres o cuatro caballos muertos yacían en la ruta; tres o
cuatro hombres muertos estaban colocados ordenadamente sobre uno de los bordes,
un poco hacia atrás, en la pendiente de la colina. Todos, excepto un
sargento, eran soldados de caballería de la vanguardia federal. El
general que comandaba la división y el coronel en jefe de la brigada,
seguidos de su estado mayor y de su escolta, habían llegado a caballo
hasta el fondo del portillo para examinar la batería enemiga que se
había inmediatamente disimulado detrás de muy altas nubes de humo.
No valía la pena mostrarse curiosos respecto a cañones que se
comportaban como pulpos, y el examen duró poco. Cuando terminó, a
poca distancia del sitio donde había comenzado, el general y el coronel
sostuvieron la conversación que hemos relatado parcialmente. "Es el
único lugar -repitió el general con aire pensativo- desde donde
podríamos alcanzarlos." El coronel lo miró con gravedad.
-Sólo hay espacio para un cañón, mi
general. Uno contra doce.
-Es verdad, para uno solo a la vez -dijo el cornandante de la
división esbozando algo parecido a una sonrisa-. Por lo demás, su
valiente Coulter no cuenta menos que toda una batería.