Cuando sólo le quedaban ya tres segundos para responder, tuvo
indulgencia consigo mismo y resolvió responder afirmativamente. Levantó un poco
su cabeza para mirar a quien le había hablado, mientras tomaba aire para poder
hablar a su vez. Pero no pudo hacerlo. Era demasiado tarde. El hombre que
dirigía la triste escena pudo dar una orden para que la ejecución se detuviera;
pero fue inflexible y, transcurrido el minuto, mandó que decapitaran al reo.
El hombre que pensaba demasiado había pensado demasiado una vez
más. La afilada hoja de metal cayó sobre la parte inferior del instrumento de
muerte, y la cabeza del hombre rodó por el piso.
Hay razones para creer que su alma, en cambio, se elevó hasta
el cielo.
2000