EL HOMBRE QUE PENSABA
DEMASIADO
Vivía en Francia, a fines del siglo XVIII, un hombre que
pertenecía a la categoría de personas que se caracterizan por su hablar
moderado. No hablaba por hablar y, cuando lo hacía, demoraba lo suficiente en
responder como para dar una buena respuesta.
Este hombre, habiendo sido acusado, arrestado y condenado por
un crimen de alta gravedad (aunque en realidad era inocente), debía morir
decapitado en la guillotina. Pero el hombre que debía dar la orden para que se
ejecutara la sentencia, había decidido que el acusado pudiera salvarse en el
momento supremo con sólo responder «Sí» a la siguiente pregunta: «¿Se considera
inocente?». Se constituía de esta forma en una suerte de Poncio Pilato, ya que
en su interior sabía que el acusado era inocente y, además, tenía el poder para
evitar la injusta muerte.
Llegó el día en el que la sentencia debía ser ejecutada. Eran
cerca de las cinco de la mañana y estaba aún muy oscuro. El reo fue sacado
bruscamente de su oscura celda y conducido al patio de la prisión. El viento
silbaba, rozando como en una burla el cuerpo del hombre que iba a morir.
Colocado ya en la posición adecuada para ser ejecutado, el hombre que tenía
poder sobre su vida formuló la pregunta que podía salvarlo, gritando desde lo
alto:
-Responda por su vida: ¿se considera inocente? ¡Responda en
menos de un minuto o morirá! -Los tambores comenzaron a resonar.
Aunque el acusado no conocía los planes del otro, la forma en
que la pregunta había sido expresada le demostraba claramente que aún podía
salvarse. E iba a responder, pero no pudo evitar, antes que nada, dedicar un
tiempo para pensar. Recorrió en su mente los principales sucesos de su vida y
las personas más importantes para él. Los momentos alegres y tristes, sus
progenitores, el hermano que sabía que existía pero que nunca había conocido, su
mujer, sus hijos, sus escasos logros, sus muchos fracasos. Luego, cuando había
pasado ya medio minuto, comenzó a pensar qué debía responder. «Porque -se dijo-
si bien soy inocente de lo que se me acusa, soy también culpable de otros actos;
todos los hombres son culpables de algo». Y continuó así, debatiendo con su
propia conciencia, mientras el sudor corría a través de sus sienes.