-¿Está mi vieja por ahí?
-Sí.
-Bueno, después hablamos. Un beso.
-Un beso.
Ellos me hablaban a mi, pero yo ya no estaba. Si yo me iba
ellos seguirían con sus vidas. Si yo me iba todos seguiríamos envejeciendo. Si
yo me iba ellos sentirían tristeza, desazón, desconsuelo. Luego
seguirían.
Paula come con su familia política. Se habla de casamientos, de
películas, de vacaciones y de pesca mientras Paula piensa en dejar a Fernando,
renunciar al trabajo, abandonar terapia y recluirse en su cuarto, tomando
tranquilizantes y fumando cigarrillos negros.
Ya no podía resistirlo. Yo era como un dique rajado que
terminaba de romperse. Y el agua que llegaba de todos lados con el único
propósito de pasar a través mío sin que yo quisiera o pudiera pararla. Sin que
el agua tomara conciencia de la existencia del dique.
Paula se excusa de la mesa y camina hacia el baño. Se frena en
la sala donde está la biblioteca y el pez. Paula se acerca a la pecera. La mira
distraída. Luego al llegar a la otra puerta frena, da vuelta sobre sus pasos y
la vuelve a mirar. El pez va y vuelve en esa pequeña pecera ovalada. Paula toma
una red y saca el pez. El pez va de la red a la mano de Paula que lo estruja y
lo devuelve ya muerto a la pecera donde se hunde hasta quedar entre las piedras.
Paula entra al baño, se moja la cara y mirándose al espejo dice:
-Cuando muera, voy a estar muerta por mucho tiempo. Estaré más
tiempo muerta de lo que he estado viva. Estaré callada, dormida, relajada. No
sentiré nada. No lloraré, no sufriré, no fumaré. Seré una muerta sin nombre, sin
hambre, sin sexo, crisis o depresiones. Nada ni nadie perturbará mi muerte, mi
descanso.