Hay momentos en la vida en los que llamamos en vano a la razón en nuestro auxilio. Estaba muy asustado pero aún era dueño de mí mismo y de mis movimientos, de manera que pude seguir las reglas de conducta que me habían enseñado los nativos para casos análogos. Continué caminando, pero sin correr. Evité mover los brazos y creí advertir que el jaguar tenía puestos sus pensamientos en una manada de capibaras que nadaban por el río. Me dirigí entonces a la orilla descubriendo un rodeo bastante amplio, Cuanto más me alejaba del tigre, mis a prisa creía moverme. ¡Cuántas veces estuve tentado de volver la vista para cerciorarme de que no me perseguía! Por fortuna sofoqué ese impulso hasta más tarde. El jaguar había permanecido inmóvil en la misma posición. Estos enormes felinos de piel manchada están tan bien alimentados que rara vez atacan al hombre. Cuando llegué al barco estaba exhausto. Les conté mi aventura a los indios que parecieron no darle gran importancia. No obstante, cargamos nuestras escopetas y todos fuimos hacia la ceiba donde había visto al jaguar, pero ya no estaba allí.
Al atardecer, pasamos por la desembocadura del caño del Manatí, llamado así por la enorme cantidad de estos animales que se capturan allí todos los años. Este mamífero acuático herbívoro que los indios llaman apcia y avia, alcanza en su mayoría 3,25 a 4 m de lar o y un peso de 250 a 400 kg. No encontramos vestigio alguno de uñas en la superficie exterior y en el borde de las aletas natatorias que son absolutamente lisas, pero si se arranca la piel de la aleta, pueden verse en la tercera falange pequeños rudimentos de uñas. En un ejemplar de tres metros de largo que disecamos en Carichana, una misión a orillas del Orinoco, el labio superior sobresalía 10 cm del inferior. El primero está revestido de una piel muy fina y sirve de trompa u órgano palpador. La cavidad oral, notablemente tibia en el animal recién sacrificado, muestra una constitución muy peculiar. La lengua es casi inmóvil, pero en cada maxilar hay un botón carnoso que encaja en una cavidad tapizada por una piel muy dura.
El manatí deglute tanta hierba que encontramos lleno de ella el estómago, dividido en varias partes y el intestino de una longitud de 35 ni. Si se abre al animal mediante una incisión dorsal, nos sorprende el tamaño, la forma y la posición de los pulmones. Tienen alvéolos extraordinariamente grandes y semejan inmensas vejigas natatorias. Su longitud es de i m. Colmados de aire tienen un volumen de 1000 pulgadas cúbicas. Su carne, que por algún prejuicio se considera indigesta y -calenturiosa- (que provoca fiebre) es, no obstante, sabrosa. A mi juicio tiene más semejanza con la carne de cerdo que con la vacuna. La carne salada y secada al sol se conserva durante todo el año y dado que la iglesia considera a este mamífero como pez, es muy buscado durante los ayunos. El manatí tiene una vitalidad extraordinaria. Se lo harponea y ata, pero no se lo termina de matar sino al estar a bordo de la piragua. La época más favorable para su caza es al final de las grandes inundaciones, cuando salen de los ríos y quedan apresados en las lagunas y pantanos vecinos, donde el agua desciende rápidamente. La grasa del animal, o manteca de manatí, se usa para encender las lámparas de la iglesia y también para fines culinarios. No tiene el olor repugnante del aceite de ballena o de la grasa de otros cetáceos. La piel del manatí, de un espesor de 4 cm, se corta en lonjas y es empleada en los llanos para confeccionar cuerdas, lo mismo que el cuero de los bueyes. Los látigos de cuero de manatí son las herramientas más espantosas que se usan para castigar a los infelices esclavos y a los indios de las misiones, que de acuerdo con las leyes debieran ser tratados como hombres libres.