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3 de abril. Desde nuestra partida de San Fernando no encontramos en este hermoso río ninguna canoa. Reinaba en derredor una profunda soledad. Por la mañana, nuestros indios pescaron algunos peces con anzuelo: el llamado caribe o caribito, porque no hay otro más sanguinario. Ataca al hombre mientras se baña o nada y a menudo le arranca considerables jirones de carne. Si las heridas recibidas son insignificantes es posible salir del agua, si bien a duras penas. Los indios sienten un descomunal terror por estos peces y varios de ellos nos mostraron las cicatrices de profundas heridas en las pantorrillas y en los muslos, causadas por estos pequeños animales que los Maipures llaman umati. Viven en el lecho de los ríos, pero si se vierten algunas gotas de sangre en el agua suben por millares a la superficie. Si se tiene en cuenta su crecido número, de los cuales los más voraces y sanguinarios no miden más de 8 a io cm, si se observan sus puntiagudos y filosos dientes triangulares y su espaciosa boca retráctil, no nos extrañará que el caribe infunda tanto miedo a los habitantes de las márgenes del Apure y del Orinoco. En ciertos lugares donde el agua era transparente y no se divisaba pez alguno, echamos pequeños trozos de carne sanguinolentos. A los pocos minutos apareció un cardumen de caribes que se trabaron en desaforada lucha por los sebos. Por la presencia de una segunda aleta dorsal adiposa y por la forma de los dientes más grandes insertos en el maxilar inferior, separados entre sí y cubiertos por los labios, el caribe pertenece a la familia de los salmónidos serra. La parte dorsal del cuerpo es de color gris ceniza con tendencia al verdusco, en cambio la región ventral, las branquias, las aletas pectorales, ventrales y caudal son de un bello amarillo anaranjado. En el Orinoco existen tres especies que se distinguen entre sí por el tamaño. Los medianos parecen ser semejantes a la especie media de las pirayas o piranhas (Salmo rhombeus) de Marcgrav. Las dibujé allí mismo. El caribito tiene un sabor muy agradable. Como nadie se atreve a bañarse en parte alguna donde se sospeche su presencia, debe considerarse como una de las mayores plagas de esa comarca, donde la picadura de los mosquitos y la irritación de la piel hacen del baño una necesidad imperiosa. Hacia el mediodía nos detuvimos en un lugar deshabitado, llamado Algodonal. Me dirigí a la ribera para observar de cerca a un grupo de cocodrilos que dormían al sol con sus colas recubiertas de anchas escamas, apiladas unas sobre otras. Garcetas de nívea blancura se deslizaban sobre sus lomos y en derredor de sus cabezas cual si hubiesen sido troncos de árboles. Por el color verde grisáceo de su cuero, semicubierto de barro seco, y su inmovilidad se los hubiera podido confundir con figuras de bronce. Por un tris ese paseo estuvo por convertirse en una experiencia pesarosa para mí. No había dejado de mirar al río, pero al recoger de la arena laminillas de mica, noté la huella fresca de un tigre, fácil de reconocer por su forma y tamaño. La fiera iba hacia el bosque y al mirar en esa dirección descubrí a ochenta pasos de mí un jaguar echado bajo la espesa fronda de una ceiba. jamás me pareció tan grande uno de estos felinos. |
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Un viaje por el Río Apure
de Alexander von Humboldt
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