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Los cocodrilos permanecían echados en la orilla de tal manera que podían ver el fuego. Creemos haber notado que el resplandor de las llamas los atrae como a los peces, los cangrejos y otros animales acuáticos. Los indios nos mostraron las huellas de tres tigres en la arena, dos de ellas de animales muy pequeños. Sin duda, una hembra había llevado a sus cachorros al río a abrevar. Como no hallamos árboles en la costa, clavamos los reinos en la tierra a fin de amarrar a ellos nuestras hamacas. Reinó absoluta calma hasta las once de la noche, pero alrededor de esa hora se inició un tremendo alboroto en el bosque vecino y casi no se pudo cerrar los ojos. Entre la multitud de voces de los habitantes de la selva que gritaban al unísono, nuestros indios sólo pudieron reconocer aquellas que se podían escuchar aisladas, en particular los suaves sonidos de flauta del sapaju (mono de calavera), los lamentos de los Aloriatta (mono aullador), el rugido del tigre y del jaguar o león americano, desprovisto de melena, la gritería del ptiercoalmizclero, del perezoso, del hoco, de la parracua y otras ave, del tipo de las gallináceas. Cuando los jaguares se acercaron al linde del bosque, nuestro perro que no había cesado de ladrar, comenzó a gemir y buscó refugio bajo las hamacas. Por momentos, después de renacer la calina, se oía el rugir de los tigres desde la copa de los árboles seguido de los estridentes y sostenidos silbidos de los monos que escapaban ante el peligro amenazador.

Si se pregunta a los indios por qué los animales del bosque provocan tan terrible alboroto a determinadas horas, la suya es la siguiente respuesta jocosa: -Están celebrando el plenilunio-. Yo me inclino a creer que la inquietud se origina en su mayoría por alguna lucha entre los animales en el corazón de la selva. Así, por ejemplo, los jaguares cazan a los puercos almizcleros y, a los tapires que sólo encuentran protección cuando se mantienen unidos y al huir en apretadas piaras, rompen los arbustos que les salen al paso. Los monos, huraños y temerosos, se espantan a la vista de esta cacería y responden desde lo alto de los árboles a la gritería de las grandes fieras. Despiertan con sus chillidos a las aves que viven en colectividad y en consecuencia todo el zoológico no tarda en convulsionarse. Pronto veremos que este alboroto entre los animales salvajes de ninguna manera tiene como causa el hermoso plenilunio, sino se origina principalmente durante una tormenta o precipitaciones torrenciales. En los albergues españoles se temen los sones estridentes de las guitarras provenientes de aposentos contiguos.

En el Orinoco, es decir en las riberas a cielo abierto o bajo un árbol solitario nos alarman las voces de la selva que interrumpen nuestro sueño.

2 de abril. Antes del alba nos hicimos a la vela. Era una fresca y hermosa mañana, como las que suelen disfrutar las gentes acostumbradas a los grandes calores de estas tierras. Al aire libre el termómetro llegaba sólo a 28º, pero la arena seca y blanca de la orilla conservaba a pesar de la radiación hacia un cielo diáfano, sin nubes, una temperatura de 36º. Los delfines surcaban las aguas del río en largas hileras y las riberas estaban cubiertas de aves pescadoras. Muchas de ellas aprovechan la madera en balsa que arrastra la corriente y posadas sobre ella sorprenden a los peces que permanecen en la parte media del río. Llegamos a un lugar de la isla Carizales, donde emergían del agua enormes y gruesos troncos de curbaril. Posados sobre ellos había una multitud de pájaros de la especie Plotus, muy parecidos al anhinga. Estos pájaros forman hileras, y al igual que los faisanes y las parracuas permanecen durante largas horas inmóviles con el pico orientado hacia el cielo, lo que las hace aparecer muy tontas.

 
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