Resulta casi incomprensible que puedan ser tan numerosos estando a merced del ataque de tan temibles enemigos. La explicación reside en su acelerada multiplicación. Se reproducen como los cobayos o conejillos de Indias que han venido a nosotros procedentes del Brasil.
Atracamos más abajo de la desembocadura del caño de la Tigrera, en una bahía llamada Vuelta del Joval. Allí también nos vimos rodeados de chigüiros, que a semejanza de los perros dejan la cabeza y el cuello fuera del agua al nadar. Con harto asombro descubrimos en la ribera opuesta un inmenso cocodrilo dormido en medio de esos roedores. Despertó al acercarse con nuestra piragua y se dirigió lentamente al agua, sin que los chigüiros se inquietaran.
En el Joval, el paisaje adquiere un carácter agreste y grandioso. Allí pudimos ver al tigre de mayor tamaño encontrado hasta entonces. Los propios aborígenes se asombraron de su enorme longitud. Era mucho mis grande que los ejemplares de la India expuestos en los zoológicos de Europa. La fiera yacía a la sombra de un gran zamano (una especie de mimosa). Acababa de matar a un chigüiro, pero aún no había despedazado a su víctima. Tenía apoyada sobre ella una de sus zarpas. Los zamuros o zopilotes, una variedad de buitres, habían acudido en grandes bandadas para aprovechar los restos del banquete del jaguar. Nos advirtió su extraña muestra de osadía unida a la timidez. Se atrevían a avanzar hasta unos 60 cm del jaguar, pero retrocedían al menor movimiento del felino. A fin de estudiar más de cerca los súbitos de estos animales, pasamos a la pequeña canoa que arrastraba nuestra piragua. El tigre rara vez ataca las canoas después de perseguirlas a nado. Ello sólo sucede cuando esta exacerbado por una larga hambruna. Al percibir el rumor de nuestros remos, se levantó lentamente para ir a ocultarse tras los arbustos de sauso de la orilla. Los buitres se aprestaron a aprovechar el momento de su retirada para devorar al chigüiro, pero a pesar de la proximidad de nuestra canoa, el tigre se abalanzó sobre ellos, y lleno de ira a juzgar por su andar y el movimiento de su cola, arrastró la presa hasta la selva. Los indios lamentaron no haber traído sus lanzas para poder bajar a tierra y matarlo.
El chigüiro que nada con harta destreza, emite al correr un leve suspiro, como si le faltara el aliento. Es el animal de mayor tamaño de la familia de los roedores. No se defiende, sino en caso de extrema necesidad, cuando está acorralado y herido. Dado que sus molares, en especial los posteriores, son extraordinariamente fuertes y bastante largos, es capaz de desgarrar la pata de un tigre o de un caballo de una dentellada. Su carne tiene un olor a almizcle muy desagradable. No obstante, en la región se preparan mijaniones de chigüiro y esto viene a justificar en cierta medida el nombre de cerdos de agua que algunos antiguos naturalistas atribuyeron a esta especie. Durante los ayunos, los misioneros se regodean sin remordimientos con estos jamones. En las márgenes del Santo Domingo, Apure y Arauca, en los pantanos y en las inundadas sabanas de los llanos, los chigáiros son tan numerosos que diezman las tierras de pastores. Devoran por completo la hierba que más apetecen los caballos, llamada chiguirero. También se alimentan de peces y hemos podido observar con sorpresa que son capaces de permanecer sumergidos de 8 a 10 minutos bajo el agua cuando los asusta la proximidad de una canoa.
Como siempre pasamos la noche a cielo abierto, en uña plantación, cuyo propietario se dedicaba a la cacería de tigres. Andaba prácticamente desnudo y el color de su piel era un castaño negruzco como el de un zambo. Llamaba doña Isabel y doña Manuela a su esposa e hija respectivamente, que andaban tan desnudas como él. Aun cuando jamás se había alejado de la ribera del Apure, se interesaba vivamente por las novedades ocurridas en Madrid, las guerras que parecían no tener fin y todas las cosas de allá".