Pasamos la noche frente a la isla Conserva. Mientras caminábamos a la vera del bosque nos llamó la atención un árbol de inmensa altura (22 ni), cubierto de espinas ramificadas. Los nativos lo llaman Barba de Tigre. Quizá pertenezca a la familia de las berberídeas o agracejo. Aquella noche debemos levantarnos dos veces y menciono algunos pormenores porque han de proporcionar tina imagen de esta región agreste. Una hembra de jaguar se acercó a nuestro campamento para hacer beber agua del río a su cachorro. Los indios la ahuyentaron, pero durante un buen rato estuvimos oyendo la gritería del pequeño, parecida. al maullido de un gaytito. Poco después nuestro gran dogo fue mordido en el hocico por los enormes murciélagos que aleteaban en derredor de nuestros coyes o pinchado al decir de los nativos. El perro lanzó aullidos quejumbrosos tan pronto sintió el mordisco pero no de dolor, sino por el susto que le provocaban los quirópteros al emerger por debajo de nuestras hamacas. Tales casos son bastante más raros de lo que se supone en el país.
Aun cuando muchas noches dormimos a cielo abierto en regiones donde son tan numerosos los vampiros y otros quirópteros jamás fuimos mordidos por ellos. Por otra parte, su incisión no es peligrosa y el dolor tan insignificante que uno despierta cuando el murciélago ya se ha ido.
Al cabo de algunos días, en particular después de dejar atrás la misión Arichuna, empezamos a ser severamente torturados por los insectos que se nos posaban sobre las manos y la cara. No eran mosquitos de los que tienen el hábito de las pequeñas mosquitas del género Simulium, sino zancudos, si bien muy diferentes de nuestros Culex pipiens. Se aparecen sólo a la hora del ocaso. Su trompa es tan larga que el aguijón pasa a través de la lona de los coyes y de las ropas más gruesas.
Nos aconsejaron regresar a la embarcación y levantar nuestro campamento nocturno en la isla Apurito, muy cerca de la desembocadura en el Orinoco. Esta parte de la isla pertenece a la provincia de Caracas, en cambio la orilla derecha del Apure, a la provincia de Varinas y la margen derecha del Orinoco a la Guayana española. No encontramos árboles donde colgar nuestros coyes, por lo tanto dormimos en el suelo sobre cueros de buey. Las canoas son demasiado estrechas y en su interior pululan los zancudos, de modo que es imposible pasar la noche en ellas.
En el lugar elegido para desembarcar nuestros instrumentos la ribera era bastante empinada y allí tuvimos una nueva evidencia de la abulta de las gallináceas de los trópicos. Los hocos y paujíes bajan al río varias veces al día para apagar su sed. Beben mucho y a intervalos cortos. Una cantidad de estas aves y una bandada de faisanes parracua se habían reunido en nuestro campamento. Les resultaba muy penoso ascender por la orilla en declive. Lo intentaban repetidas veces sin hacer uso de sus alas. Las alejarnos de nuestro lado ahuyentándolas como ovejas. Los buitres zamuro también emprendieron vuelo a duras penas.
5 de abril. Nos extrañó sobremanera el exiguo caudal que el Apure conduce al Orinoco en esta estación del año. La misma corriente que según mis mediciones era de 265 m en caño Rico, medía en su desembocadura tan sólo 117 Y 156 m. Su profundidad era de 5,8 a 9,7 m. Parte de su caudal lo pierde a través del río Arichuna y del caño del Manatí, dos brazos del Apure que fluyen hacia el Payara y el Guarico. Sin embargo, la mayor pérdida parece provenir de las infiltraciones en las orillas.