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En el continente de la América española, la Conquista en las Antillas, el Brasil y en el sur de los Estados Unidos, el comercio de negros ha reunido los elementos más heterogéneos de población. Esta mezcla extravagante de in dios, de blancos, de negros, de mestizos, de mulatos y de zambos se manifiesta con todos los peligros que pueden provenir del ardor y desarreglo de las pasiones, en aquellas épocas arriesgadas en que la sociedad, conmovida en sus fundamentos, comienza una nueva era. Lo que el principio odioso del sistema colonial, el de una seguridad fundada en la enemistad de las castas, ha preparado desde siglos, rompe ahora con violencia. Afortunadamente el número de negros era tan poco considerable en los nuevos estados del continente español, que salvo las crueldades llevadas a cabo en Venezuela, donde el partido realista había armado a los esclavos, no hubo venganzas de la población servil que ensangrentasen la lucha entre los independientes y los soldados de la metrópoli. Los hombres de color libres, (negros, mulatos y mestizos) abrazaron con calor la causa nacional; y la raza bronceada ha permanecido en su desconfianza tímida y en su impasibilidad misteriosa, sin participar en los movimientos de que ella, a pesar suyo, se aprovechará algún día. Los indios, mucho antes de que se produjera la revolución, eran agricultores pobres y libres. Aislados por la lengua y las costumbres vivían separados de los blancos. Si, a pesar de las leyes españolas, la codicia de los corregidores y el régimen enredador de los misioneros ponían muchas veces trababa su libertad, había gran distancia de esta situación de opresión y de embarazo, a una esclavitud personal como la de los negros, o a una servidumbre corno la de los labradores en parte de Europa. la poca cantidad de negros y la libertad de la raza indígena, de que ha conservado más de ocho millones y medio la América, sin mezcla de sangre extranjera, distinguen las antiguas posesiones continentales de la España, y hacen su situación moral y política del todo diferente de la de las Antillas, donde por la desproporción entre hombres libres y esclavos, se han desenvuelto con más energía los principios del sistema colonial. En este archipiélago, y también en el Brasil (dos partes de la América que contiene casi tres millones doscientos mil esclavos), el miedo de una reacción de parte de los negros y el de los peligros que amenazan a los blancos, han sido hasta ahora la razón más poderosa de la seguridad de las metrópolis y de la conservación de la dinastía portuguesa. ¿Esta seguridad por 3u misma naturaleza puede durar mucha tiempo? ¿Justifica acaso la inacción de los gobiernos que se descuidan en remediar el mal, cuando todavía. es tiempo? Lo dudo. Cuando por la influencia de circunstancias extraordinarias sean menos los temores, y cuando los países donde la superpoblación de esclavos haya dado a la sociedad la mezcla funesta d3 elementos heterogéneos, sean arrastrados, quizás a pesar suyo, a una guerra exterior, las disensiones civiles surgirán con toda su violencia y las familias europeas, que no tienen culpa de un orden de cosas que no han creado, estarán expuestas a los mayores peligros. |
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Acerca de la esclavitud
de Alexander von Humboldt
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