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De la solución de este problema dependen en todas las Antillas, sin tomar en cuenta la república de Haití, la seguridad de 875.000 hombres libres (blancos y de color) y la mejora de la suerte de 1.110.000 esclavos. Hemos demostrado ya que no podrá obtenerse por medios pacíficos, sin la participación de las autoridades locales, sean congresos coloniales, sean reuniones de propietarios designados con nombres no tan temidos por las antiguas metrópolis. La influencia directa de tales autoridades es indispensable. y es un error funesto el pensar "que se puede dejar obrar al tiempo". Si, el tiempo obrará simultáneamente sobre los esclavos, sobre las relaciones de las islas y los habitantes del Continente, y sobre los hechos que no se podrán dominar cuando se los haya esperado en una inercia apática. En todas partes donde desde hace mucho tiempo esté establecida la esclavitud, el progreso de la civilización sola influye mucho menos en el trato que se da a los esclavos de lo que se pudiera esperar. La civilización de una nación rara vez se extiende a un gran número de individuos, y no alcanza a los que en los talleres están en contacto con los negros. Los propietarios, y yo los he conocido muy humanos, se detienen por las dificultades que se presentan en los grandes plantíos; porque dudan en alterar el orden establecido, temen hacer innovaciones que no siendo simultáneas ni sostenidas por leyes o la voluntad general, que sería un medio más poderoso, no conducirían al fin, y quizás empeoraría la suerte de aquéllos a quienes se quisiese aliviar. Estas consideraciones tímidas entorpecen el bien entre los hombres, cuyas intenciones son las más benéficas, y que gimen por las instituciones bárbaras que les han dejado una herencia tan triste. Por conocer las circunstancias locales, saben que, para hacer un cambio esencial en el estado de los esclavos y conducirlos progresivamente al goce de la libertad, se necesitan una voluntad fuerte en las autoridades locales, la participación de ciudadanos ricos e ilustrados, y un plan general en el cual estén calculadas todas las probabilidades del desorden y los medios de represión, Sin este concurso de acciones y de esfuerzos, la esclavitud se mantendrá con sus penurias y sus excesos, como en la antigua Roma, junto a la elegancia de costumbres, del progreso tan decantado de los conocimientos y de todos los prestigios de una civilización que la existencia de la esclavitud acusa, y a quien amenaza tragar, cuando llegue el momento de la venganza. la civilización o un embrutecimiento lento de los pueblos sólo pueden preparar los ánimos para acontecimientos futuros; pero para causar grandes cambios en el estado social, se necesita la coincidencia de ciertos sucesos, cuya época no puede calcularse de antemano. Es tal complicación de los destinos de la especie humana, que las mismas crueldades que ensangrentaron las conquistas de las dos Américas se han renovado ante nosotros, en tiempos que creíamos caracterizados por un progreso asombroso de instrucción, y por una suavidad general de costumbres. La vida de un solo hombre ha bastado para presenciar el terror en Francia, la expedición de Santo Domingo, las reacciones políticas de Nápoles y de España, y podríamos agregar las matanzas de Chio, de Ipsara y de Misolonghi, obra de los bárbaros de la Europa oriental, que las naciones civilizadas del oeste y del norte han considerado no debían impedir. En los países de esclavos donde. un hábito de mucho tiempo inclina a legitimar las instituciones más opuestas a la justicia, no se puede contar con la influencia de los conocimientos, de cultivo de la razón, de la dulcificación de las costumbres, sino en cuanto todos estos bienes aumentan el impulso dado por los gobiernos, y facilitan la ejecución de las medidas que una vez se adoptan. Sin esta acción directa de los gobiernos y de las legislaturas no se debe esperar una transformación pacífica. El peligro se hace especialmente inminente cuando se apodera de los ánimos una inquietud general, y cuando en medio de las disensiones políticas que conmueven a las naciones vecinas, se manifiestan las faltas y las obligaciones de los gobiernos. Entonces no puede renacer la calma sino mediante una autoridad, que con el noble sentimiento de su fuerza y de su derecho, sabe dominar los acontecimientos, abriendo por sí misma el camino de la mejoras.

 
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