Y en cuanto a las demás ciencias, ya que toman sus principios
de la filosofía, pensaba yo que sobre tan endebles cimientos no podía haberse
edificado nada sólido; y ni el honor ni el provecho, que prometen, eran
bastantes para invitarme a aprenderlas; pues no me veía, gracias a Dios, en tal
condición que hubiese de hacer de la ciencia un oficio con que mejorar mi
fortuna; y aunque no profesaba el desprecio de la gloria a lo cínico, sin
embargo, no estimaba en mucho aquella fama, cuya adquisición sólo merced a
falsos títulos puede lograrse. Y, por último, en lo que toca a las malas
doctrinas, pensaba que ya conocía bastante bien su valor, para no dejarme burlar
ni por las promesas de un alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo,
ni por los engaños de un mago, ni por los artificios o la presunción de los que
profesan saber más de lo que saben.
Así, pues, tan pronto como estuve en edad de salir de la
sujeción en que me tenían mis preceptores, abandoné del todo el estudio de las
letras; y, resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí
mismo o en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en
ver cortes y ejércitos, en cultivar la sociedad de gentes de condiciones y
humores diversos, en recoger varias experiencias, en ponerme a mí mismo a prueba
en los casos que la fortuna me deparaba y en hacer siempre tales reflexiones
sobre las cosas que se me presentaban, que pudiera sacar algún provecho de
ellas. Pues parecíame que podía hallar mucha más verdad en los razonamientos que
cada uno hace acerca de los asuntos que le atañen, expuesto a que el suceso
venga luego a castigarle, si ha juzgado mal, que en los que discurre un hombre
de letras, encerrado en su despacho, acerca de especulaciones que no producen
efecto alguno y que no tienen para él otras consecuencias, sino que acaso sean
tanto mayor motivo para envanecerle cuanto más se aparten del sentido común,
puesto que habrá tenido que gastar más ingenio y artificio en procurar hacerlas
verosímiles. Y siempre sentía un deseo extremado de aprender a distinguir lo
verdadero de lo falso, para ver claro en mis actos y andar seguro por esta
vida.
Es cierto que, mientras me limitaba a considerar las costumbres
de los otros hombres, apenas hallaba cosa segura y firme, y advertía casi tanta
diversidad como antes en las opiniones de los filósofos. De suerte que el mayor
provecho que obtenía, era que, viendo varias cosas que, a pesar de parecernos
muy extravagantes y ridículas, no dejan de ser admitidas comúnmente y aprobadas
por otros grandes pueblos, aprendía a no creer con demasiada firmeza en lo que
sólo el ejemplo y la costumbre me habían persuadido; y así me libraba poco a
poco de muchos errores, que pueden oscurecer nuestra luz natural y tornarnos
menos aptos para escuchar la voz de la razón. Mas cuando hube pasado varios años
estudiando en el libro del mundo y tratando de adquirir alguna experiencia,
resolvíme un día a estudiar también en mí mismo y a emplear todas las fuerzas de
mi ingenio en la elección de la senda que debía seguir; lo cual me salió mucho
mejor, según creo, que si no me hubiese nunca alejado de mi tierra y de mis
libros.