Estimaba en mucho la elocuencia y era un enamorado de la
poesía; pero pensaba que una y otra son dotes del ingenio más que frutos del
estudio. Los que tienen más robusto razonar y digieren mejor sus pensamientos,
para hacerlos claros e inteligibles, son los más capaces de llevar a los ánimos
la persuasión, sobre lo que proponen, aunque hablen una pésima lengua y no hayan
aprendido nunca retórica; y los que imaginan las más agradables invenciones,
sabiéndolas expresar con mayor ornato y suavidad, serán siempre los mejores
poetas, aun cuando desconozcan el arte poética.
Gustaba sobre todo de las matemáticas, por la certeza y
evidencia que poseen sus razones; pero aun no advertía cuál era su verdadero uso
y, pensando que sólo para las artes mecánicas servían, extrañábame que, siendo
sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellos nada
más levantado. Y en cambio los escritos de los antiguos paganos, referentes a
las costumbres, comparábalos con palacios muy soberbios y magníficos, pero
construidos sobre arena y barro: levantan muy en alto las virtudes y las
presentan como las cosas más estimables que hay en el mundo; pero no nos enseñan
bastante a conocerlas y, muchas veces, dan ese hermoso nombre a lo que no es
sino insensibilidad, orgullo, desesperación o parricidio.
Profesaba una gran reverencia por nuestra teología y, como
cualquier otro, pretendía yo ganar el cielo. Pero habiendo aprendido, como cosa
muy cierta, que el camino de la salvación está tan abierto para los ignorantes
como para los doctos y que las verdades reveladas, que allá conducen, están muy
por encima de nuestra inteligencia, nunca me hubiera atrevido a someterlas a la
flaqueza de mis razonamientos, pensando que, para acometer la empresa de
examinarlas y salir con bien de ella, era preciso alguna extraordinaria ayuda
del cielo, y ser, por tanto, algo más que hombre.
Nada diré de la filosofía sino que, al ver que ha sido
cultivada por los más excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y,
sin embargo, nada hay en ella que no sea objeto de disputa y, por consiguiente,
dudoso, no tenía yo la presunción de esperar acertar mejor que los demás; y
considerando cuán diversas pueden ser las opiniones tocante a una misma materia,
sostenidas todas por gentes doctas, aun cuando no puede ser verdadera más que
una sola, reputaba casi por falso todo lo que no fuera más que verosímil.