Fortunata decía a todo que sí, y aparentando ocuparse de
aquello, pensaba en lo suyo, meciéndose en la dulce oscuridad y la tibia
atmósfera de la sala. Por los balcones entraba muy debilitada la luz de los
faroles de la calle. Dicha luz reproducía en el techo de la habitación el foco
de los candelabros, con las sombras de su armadura, y esta imagen fantástica,
temblando sobre la superficie blanca del cielo raso, atraía las miradas de la
triste joven, que estaba tendida en una butaca con la cabeza echada hacia atrás.
Maxi volvió a machacar: «Si no fuera por ti, no se me importaría nada morirme,
Es más, la idea de la muerte es grata en mi alma. La muerte es la esperanza de
realizar en otra parte lo que aquí no ha sido más que una tentativa. Si nos
aseguraran que no nos moriríamos nunca, pronto se convertiría uno en bestia, ¿no
te parece a ti?».
-¿Pues qué duda tiene? -respondía la otra maquinalmente,
dejando a su idea revolotear por el techo.
-Yo pienso mucho en esto, y me entregaría desde luego a la vida
interior, si no fuera porque está uno atado a un carro de afectos, del cual hay
que tirar.
-¡Ay, Dios mío, la que me espera mañana! -pensó la esposa. Era
probado: Siempre que su marido estaba por las noches muy dado a la somnolencia
espiritual, al día siguiente le entraba la desconfianza furibunda y la manía de
que todos se conjuraban contra él.
Poco después de esto, dijo Maxi que se quería acostar.
Fortunata encendió luz, y él fue hacia la alcoba, arrastrando los pies como un
viejo. Mientras su mujer le desnudaba, el pobre chico la sorprendió con estas
palabras, que a ella le parecieron infernal inspiración de un cerebro dado a los
demonios: «Veremos si esta noche sueño lo mismo que soñé anoche. ¿No te lo he
contado? Verás. Pues soñé que estaba yo en el laboratorio, y que me entretenía
en distribuir bromuro potásico en papeletas de un gramo... a ojo. Estaba
afligido, y me acordaba de ti. Puse lo menos cien papeletas, y después sentí en
mí una sed muy rara, sed espiritual que no se aplaca en fuentes de agua. Me fui
hacia el frasco del clorhidrato de morfina y me lo bebí todo. Caí al suelo, y en
aquel sopor... Tú vete haciendo cargo... en aquel sopor se me apareció un ángel
y me dijo, dice: 'José, no tengas celos, que si tu mujer está encinta, es por
obra del Pensamiento puro...'. ¿Ves qué disparates? Es que ayer tarde trinqué la
Biblia y leí el pasaje aquel de...».
Maxi se estiró en la cama, y cerrando los ojos, cayó al
instante en profundo sueño, cual si se hubiera bebido todo el láudano de la
farmacia.