Parte
cuarta
- I -
En la calle del
Ave-María
- I
-
Segismundo Ballester (el licenciado en Farmacia que estaba al
frente de la botica de Samaniego) tenía frecuentes altercados con Maxi por los
garrafales errores en que este incurría. Llegó el caso de prohibirle que hiciese
por sí solo ningún medicamento de cuidado. «¡Carambita, hijo, si da usted en
confundirme los alcoholatos con las tinturas alcohólicas, apaga y vámonos. Este
frasco es el alcohol de coclearia, y este otro la tintura de acónito... Vea
usted la receta y fíjese bien... Si seguimos así, lo mejor sería que doña Casta
cerrase el establecimiento».
Y expresándose así, con ínfulas y asperezas de dómine,
Ballester le quitó de las manos a su subalterno lo que entre ellas tenía. «Pero
¿qué demonios ha echado usted aquí? -dijo luego con enojo, llevándose el
potingue a la nariz-. O esto es valeriana o no sé lo que me pesco. ¡Cuando
digo...! Hoy está usted muy malo. Más vale que se retire a su casa. Yo me las
arreglo mejor solo. Cuidarse; llévese usted un derivativo... Mire, mire, llévese
también un preparado de hierro. El derivativo se lo zampa en ayunas... Luego en
cada comida se atiza una píldora de hierro reducido por el hidrógeno, con
extracto de ajenjos... por la noche al acostarse se atiza usted otra... Con
estos calores, conviene no abusar mucho del hierro, ¿sabe?, y sobre todo,
paséese usted y no lea tanto».