Sin duda, la hermosa mujer no pertenece a este mundo.
Así lo delatan sus salvajes ojos perdidos en el tiempo; su
delicada sonrisa me sonríe tímidamente provocando de inmediato un placer
incontenible.
Siento que estoy donde deseo estar.
El parabrisas estalla contra su hermoso rasgo ortopédico. Su
cuerpo, menudo y desnudo, yace tendido y roto en el asfalto. La contemplo,
hipnotizado por los trazos de luz reflejando su silueta en el retrovisor.
Bajo del coche, me tiemblan las piernas y me invade la tragedia,
la nieve y el frío se apoderan de la noche, los faros iluminan los metros hasta ella, que recorro en amarga
travesía; me cuesta respirar.
Nieva tanto que me parece ver su cuerpo flotando en el viento,
como un ángel caído.
Trago saliva al atisbar sus perfectos y diminutos pies de marfil.
Acaricio sus labios, húmedos y fríos como el hielo, sin atisbo de vida. Recorro
sus facciones desde la comisura de sus labios, dibujando sus delicadas formas de
mujer muerta.