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EL EMPERADOR DE LA CHINA

 

Mi padre fue un zoquete, templado y receloso;

Mas yo el champagne apuro, y sé un monarca ser.

¡Oh mágica bebida! yo descubrí gozoso,

Que cuando alegre libo el néctar espumoso,

La China se embriaga de gloria y de placer.

Cual tulipán precioso de púrpura manchado,

Mi imperio, flor de Oriente, se extiende aquí y allá.

A ser yo casi un hombre ¡oh cielos! he llegado,

Y hasta mi esposa misma, mi esposa, en cinta está.

Y por doquier la dicha y la abundancia crece:

Se curan los enfermos, rnitígase el dolor;

Y hasta Confucio, el sabio de corte, me parece

Que filosofa ahora con claridad mayor.

El negro pan del pueblo trocóse en pastaflora;

El pobre sus harapos por sedas cambió,

Y el mandarín, el sabio, legión abrumadora

De monos jubilados, recobran en buen hora

La varonil firmeza que de su cuerpo huyó.

Chinesca maravilla que desafía al cielo,

Ví de Pekín la iglesia severa terminar;

Los últimos judíos la buscan con anhelo,

Bautismo allí reciben, y por premiar su celo

Les voy del dragón negro la cuarta cruz a dar.

La revolucionaria idea se ha apagado,

Y -«Oh, no, ya no queremos tener constitución,

Hasta el mantschou más noble exclama entusiasmado

-Es al Kantschou, al sch1ago al que ama la nación,»

Me dicen los doctores: «no bebas,» mas yo bebo,

Y sorbo y sorbo apuro, cumpliendo mi deber;

Se trata de mis pueblos, a su salud me debo,

Y debo por su dicha beber y más beber.

Y un vaso, venga un vaso, un vaso todavía;

Yo mi salud a China daré con loco afán;

Mis chinos más felices se juzgan cada día,

Y bailan, mientras cantan, riendo de alegría:

«Heil dir in Siegerkranz, Retter des Vaterlands,»

 

 
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