No hay en el cielo un astro luciente y encendido,
El mar hierve rugiente, y sobre el mar tendido
El Bóreas informe, como un viejo gruñón,
Con voz doliente cuenta fantásticas empresas,
Hazañas de gigantes, leyendas islandesas,
Y heroicos combates, tributo a la ambición.
Y a intervalos, con mofa, murmura cadencioso
Los simbolismos tristes del Edda misterioso,
Los rúnicos conjuros, que espantan al sonar;
Con tan burlesca rabia, con tan feroz acento,
Que de la mar los hijos, se agitan en el viento,
Y gritos de alegría arrojan al pasar.
En tanto la ancha playa, con avidez creciente
Un extranjero cruza, en cuyo pecho ardiente,
Más trémulo que el viento, se agita el corazón;
Sus huellas resplandecen con luces argentadas,
Y crujen a su paso las conchas nacaradas
Que allí llevó el reflujo con rápido turbión.
Un manto gris envuelve su plácida figura,
Y rápido camina entre la sombra oscura,
Entre el helado viento que gime sin cesar;
Guiando su camino los vivos resplandores
Que alumbran con sus trémulos, fantásticos fulgores
Del pescador la choza que arrulla el ronco mar.
Padre y hermano cruzan la mar tempestüosa,
Y en la cabaña, sola quedó la niña hermosa,
La bella hija inocente del pobre pescador.
Junto al hogar sentada, escucha el ronco acento
De la tormenta lóbrega, el suspirar del viento,
Y de las ondas pérfidas el lánguido rumor.
Y arroja leña al fuego, de cuya ardiente llama
El resplandor que crece, lascivo se derrama
Sobre el semblante fresco y hermoso sin igual,
Sobre la espalda blanca y mórbida y desnuda,
Sobre la mano leve que su jubón anuda,
Sobre la curva fina del torso escultural.
Pero de pronto se abre la puerta, mal cerrada,
Y avanza el extranjero, fijando su mirada
Sobre la débil niña, que tiembla en su terror
Cual lirio de los valles que el huracán deshoja;
Sonríe dulcemente, la capa al suelo arroja,
Y amante, así le dice con voz llena de amor:
-¿Ves? mi promesa cumplo y vuelvo, hermosa mía
Y vuelve al fin conmigo la edad de poesía,
En que los dioses mismos su celestial mansión,
Las hijas de los hombres buscando, abandonaban,
Y eternas dinastías en ellas engendraban
De reyes y de atletas del mundo admiración.
Mas deje de espantarte mi estirpe prodigiosa;
De té, caliente taza prepara, niña hermosa.
Sentémonos al fuego; así, juntos los dos.
El frío es horroroso; y cuando reina el frío,
Coger también los dioses podemos, dueño mío,
Catarros inmortales ó inacabable tos.